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Anda a la huerta, anda, y tráeme unos ajos y cebollas, y tráeme unas setas: anda, anda al monte, leñadorcito, que te voy a hacer una sopa que no la come el rey. Y la carpa la asaremos: ni un regidor va a comer mejor que nosotros.

Amparo sonrió lisonjeada; pero hizo una fingida mueca de desdén. Lo mismo da. Ya sabes que me carga. Pues tiene muchos partidarios. ¡Calla! ¡calla! que ni ni él valéis un perro chico.... Anda; tráeme pronto esa gorra, y lárgate.

Refieren las crónicas que vamos extractando que, terminado ya aquel opíparo y poco alegre festín, el Príncipe de las esmeraldas, volviendo en como de un sueño, alzó la voz y dijo: Secretario, tráeme la cajita de mis entretenimientos. El secretario se levantó de la mesa y volvió de allí a poco con la cajita más preciosa que han visto ojos mortales.

El viejo despertó sobresaltado. Descorrió precipitadamente el cerrojo, pero dando un grito retrocedió ante la choreante y deshecha figura que vacilaba en el umbral. ¡Federico! ¡Silencio! ¿Despertó ya? No; ¿pero... Federico? ¡Calla, animal! Tráeme un poco de aguardiente, vivo.

El atleta, con su media docena de facinerosos caminó hacia la calle de las Maldonadas. Cerca de la puerta de su casa vio a Romualda que salía presurosa, y la llamó: ¿Y Nazaria? Lo mismo. ¿Hay alguien arriba 22? Nadie, yo sola; digo, yo he bajado. Sube y tráeme mi navaja grande que está sobre la cómoda. Madre Nazaria me ha mandado por agua. Tiene sed. Ve primero por la navaja.

Y lo voy a hacer, , lo hago y me cuelgo si no me miras y me dices algo... Cojita graciosa, enanita remonona, mira, oye: si quieres que te quiera más que a mi vida y te obedezca como un perro, hazme un favor que voy a pedirte; tráeme nada más que una lagrimita de aquella gloria divina que tienes, de aquello que te recetó el médico para tu mal de barriga... Anda, ángel, mira que te lo pido con toda mi alma, porque esta penita que tengo aquí no se me quiere quitar, y parece que me voy a morir.

Ya no haces caso del sinvergüenza de tu maridillo». Celebro que te conozcas. ¿Qué quieres? Que me quieras y me hagas muchos mimos. Yo soy así. Reconozco que no se me puede aguantar. Mira, tráeme agua azucarada... templadita, ¿sabes? Tengo sed. Al darle el agua, Jacinta le tocó la frente y las manos. «¿Crees que tengo calentura?». De pollo asado. No tienes más que impertinencias.

Miguel pasó al cabo de algunos meses a ser su paje de cola: «Miguel, tráeme las tenazas. Miguel, echa carbón en la hornilla. Miguel, corre a pedir a la cocinera agujas. Miguel, abre esa ventanaEl hijo del brigadier se apresuraba a cumplimentar estas órdenes como el caballero que busca ocasión de festejar a su dama y ansía testimoniarle su rendimiento.

Ganas tuve de no traerlo respondió Manuel sonriéndose, y entregando a su madre unas madejas. ¿Y por qué, hijo? Es que me acordaba de aquel que iba a la feria, y a quien daban encargos todos sus vecinos. Tráeme un sombrero; tráeme un par de polainas; una prima quería un peine; una tía, chocolate; y a todo esto, nadie le daba un cuarto.

Joaquín estaba convaleciente de un tabardillo, y su cara ahilada apenas se veía dentro de aquel sol de pelos. Bien, bien; tenemos castaño y dos tonos de rubio. Para entonar no vendría mal un poco de negro... Utilizaremos el pelo de Rosa. Hija, tráeme uno de tus añadidos. D. Francisco tomó, no ya entusiasmado, sino extático, la guedeja que se le ofreció.