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Actualizado: 22 de julio de 2025


Empujándole hacia la puerta, le echó del cuarto; pero en el pasillo, a oscuras, varió de súbito el tono de la voz, y ciñéndole al cuello los brazos, le dijo dulzonamente entre dos largos besos: Rico del alma, fuera de broma, tráeme unos durillos, que me hacen mucha falta.

Tampoco esta cínica replica alteró a la bella, que en el mismo tono de mal humor dijo: Ya lo creo. Y cuantos más años tengas, más caros te irán saliendo.... Dame un cigarro. El duque sacó la petaca. No traigo más que tabacos. No quiero eso.... Ahí, sobre ese chisme de escribir, debe de haber. Tráeme.

A vosotros no puedo daros nada: los dos estáis malditos; pero vuestros hijos son inocentes y tendré mucho gusto en hacer un don á cada uno de ellos.... Yo había creído que teníais una descendencia más numerosa. ¿Sólo cuatro hijos? Seguramente que no me arruinaré con mis regalos. Anda, Eva, tráeme á tus pequeños. Los cuatro pilletes se alinearon ante el Todopoderoso, que los examinó atentamente.

Juan Montiño permaneció algún tiempo perplejo, y después siguió el consejo de Quevedo. Se quitó la capa y el talabarte, acercó un sillón al brasero de plata que templaba la sala y poco después dijo: ¡Casilda! Presentóse la negra y miró con asombro á Juan, apoderado de la casa de su ama. ¿Qué me manda vuesa merced, señor? dijo. Tráeme un vaso de sangría.

Esta no es noche de sangrías. ¡A casa de Morillo! Señores ... yo quisiera cumplir ... porque ya ven ustedes ... mi profesión. La ciencia es lo primero. No vayas, Calleja. Señores, volveré en seguida. A ver añadió abriendo la puerta de su casa, ciudadana, tráeme las lancetas.

Tráeme el escudo, Elías, dijo Simón á un arquero. Cariacontecidos quedaron los ingleses y grande fué la risa de los de La Nuit y Brabante al ver que el sólido escudo sólo tenía el dardo del ballestero clavado profundamente y ni señales de la flecha de Simón. ¡Por vida de los tres reyes! exclamó el flamenco. Ni siquiera habéis dado en el blanco, seor inglés.

Bueno, tráeme aquel manguito. Castro se apresuró a obedecer el mandato. Clementina, cuando lo tuvo entre las manos se sentó con afectada calma en el diván, y agitándolo luego en el aire exclamó: ¿A que no adivinas lo que contiene este manguito? Sus ojos resplandecían de alegría y orgullo al mismo tiempo. Los de Castro chispearon de anhelo.

Estos discretos consejos fueron saludados con murmullo prolongado de reprobación. ¿Quién es ese servilón? dijo una voz aguardentosa, que no era otra que la del sin par Chaleco. A casa de Morillo repitió Calleja. Mujer, tráeme el almirez. El gentío aumentaba con nuevas remesas enviadas de la plazuela de la Cebada y del barrio del Salitre.

Serán las diez, señorita. Y llueve. Eufemia atendió al ruido de la calle. , llueve. Vamos a salir. ¡A salir! , calla. Anda, tráeme un vestido tuyo, de percal, y un mantón tuyo y un pañuelo... vamos las dos de artesanas. Vamos al teatro, a la cazuela.

Vísteme dijo á Casilda : tráeme ropa blanca; me he puesto perdida. ¿Y le dejáis así? dijo Casilda señalando á la alcoba. Habla bajo, que no despierte; se conoce que ha pasado mala noche. Pero señora... Mira, Casilda, ese caballero es tu amo y el mío dijo Dorotea. La negra se calló y vistió á su señora.

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