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Su cara de hambre y miseria, su aspecto de cansancio no excitaban la compasión de aquellos caballeros andantes de la plebe. Rumalda. Señor. Sube y tráeme las dos pistolas que están colgadas junto a la cama.... Después llevarás el agua a Nazaria. Madre Nazaria no me ha mandado por agua. Ya no tiene sed. Me ha mandado por un cura. Dice que se muere.

Tráeme lo que quieras con tal que vengas pronto. Y no tardó en volver, trayendo un plato de pescado. «Hijo de mi vida, le mató». ¿Quién? El marqués a Aparisi... le dejó en el sitio. Cuenta, cuenta. Pues de primera intención soltole a su enemigo un delirium tremens a boca de jarro, y después, sin darle tiempo de respirar, un mane tegel fare. El otro se ha quedado como atontado por el golpe.

Un momento después, don José se despedía desde dentro diciendo a Millán, que había vuelto a salir al comedor: Si hay noticias, ven mañana, ¿eh? y tráeme algún periódico, que es la única distracción que tengo. Descuide Vd., no faltaré. Adiós, doña Manuela; que pasen ustedes buenas noches, y de hoy en un año. Adiós, Leo. ¿Quién hace el favor de bajar a abrirme?

13 Y dijo Israel a José: Tus hermanos apacientan las ovejas en Siquem; ven, y te enviaré a ellos. Y él respondió: Heme aquí. 14 Y él le dijo: Ve la paz de tus hermanos y la paz de las ovejas, y tráeme la respuesta. Y lo envió del valle de Hebrón, y llegó a Siquem. 16 Y él respondió: Busco a mis hermanos; te ruego que me muestres dónde pastan.

En su calidad de tío carnal, estaba autorizado para usar con la muchacha ciertas familiaridades que no les serían permitidas a otros hombres D. Jaime usaba y abusaba. Como vivía bajo el mismo techo y estaba en continuo contacto con ella para todos los menesteres de la vida, se aprovechaba lindamente de sus facultades muy más de lo que haría otro tío menos sucio. «Rosita, tráeme esto.

Es verdad... es un... anacronismo. Además, el helado por la mañana hace daño. Tráeme un vaso de agua... y échale un poco de zarzaparrilla. Debe advertirse que Bonifacio y el mozo, al hablar de botillería, estaban pensando en el helado de fresa que allí, en el café de la Oliva, se hacía mejor que en el cielo, en opinión de todo el pueblo.

¡Per Baco! ¡Per Baco! gritaba el alférez, punteando el compás con las palmas. Beatriz postrose por fin como extenuada sobre el almohadón de terciopelo, junto a Ramiro. El perfume de sus ropas parecía más intenso. Leocadia se le acercó de rodillas, ofreciéndola el chocolate en una jícara de oro. No, tráeme un barro la dijo Beatriz.

Le dijo la hora y ofreció otra vez el café, todo sonriendo con cierta coquetería, contenida por la expresión de piedad que allí era la librea. ¿Y madre? Duerme. Se acostó muy tarde. Como están con las cuentas del trimestre.... Bien; tráeme el café, hija mía.

¿Por un cura?... ¿Y dónde están los curas, mentecata?... Di a Nazaria que no se muera, que volveré pronto.... Corre y tráeme las pistolas. Voy por el cura. Sube y trae las pistolas gritó López. La coja entró en el portal, y emprendió su lucha con la escalera. Esto empezaba a ser para ella como beberse el mar. Y se lo bebía. Poco después el atleta y sus amigos volvían a la calle de los Estudios.

¡Basta! deja esa luz ahí, vete interrumpió la Regenta. Petra insistió gozándose en la disimulada cólera de su ama. ¿Quiere usted, que traiga árnica, señora? Mire usted, tiene el brazo amoratado... ya lo creo... apenas mordería con fuerza ese demonio de guillotina... pero, ¿qué será eso? ¿usted lo sabe? Yo... no... no; déjame. Tráeme un poco de agua.