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Luego echaba a correr, riendo y hablando en una jerga que quería ser muy culta y ciudadana; y se iba a preparar a la niña Ana, lo cual hacía muy bien, unos tamales de dulce de coco y un chocolatillo claro, que era lo que con más gusto tomaba, por lo limpio y lo nuevo, nuestra linda enferma.

Esta no es noche de sangrías. ¡A casa de Morillo! Señores ... yo quisiera cumplir ... porque ya ven ustedes ... mi profesión. La ciencia es lo primero. No vayas, Calleja. Señores, volveré en seguida. A ver añadió abriendo la puerta de su casa, ciudadana, tráeme las lancetas.

Ya no era la señorona del siglo pasado representada por la Plaza Mayor: tampoco era la revoltosa ciudadana del siglo XVI, que gritaba y luchaba en el Corrillo de la Hierba: ya era una dama gótica, tan severa como triste; mucho más triste, á decir verdad, que en la Calle de Zamora.

Hay, finalmente, una parodia de junta revolucionaria, y milicia ciudadana, y clubs y manifiestos electorales. Yo no si en otras partes será todo esto muy serio; pero en Coteruco, pueblo de 300 vecinos, se convierte por mismo en caricatura. El abandono del trabajo, la taberna perpetua, los palos y asonadas, son la consecuencia primera y forzosa de tal delirio.

La vida ciudadana le había enseñado que un cuerpo humano no puede tomarse todo el espacio por suyo, antes necesita ceñirse a que otros cuerpos transiten por los mismos lugares que él. Chinto dejaba, pues, más hueco, se recogía, no se balanceaba tanto.

Habia brindado aquel malvado rey con el saco de Córdoba al rey moro de Granada si le ayudaba á conquistarla. Accediendo Mohammed, juntáronse los ejércitos de ambos, y el castellano puso cerco á la ciudad con ochenta mil moros de á pié y siete mil de á caballo, y unos siete mil cristianos. Combatiéronla los moros con corage, y al primer asalto entraron por fuerza el castillo de la Calahorra. Pasaron el puente, abrieron seis portillos en la muralla del alcázar viejo, y por ellos penetraron en la ciudad una porcion de compañías ganando rápidamente las calles con banderas desplegadas y estruendo de lelilíes. El Adelantado D. Alonso Fernandez de Córdoba, los maestres de Santiago y Calatrava D. Gonzalo Mesía y D. Pedro Muñiz de Godoy, y otros caballeros, Córdobas y Guzmanes, estaban dentro indignados de ver que los soldados cristianos se dejaban arrollar por la morisma; y mientras se esforzaban inútilmente en contenerlos, las matronas y doncellas mas principales salieron sin tocas por las calles, dando animosos y dolientes gemidos, escitando con varonil ademan á sus hijos y esposos á la pelea. Produjo esto tanto entusiasmo, que los soldados cristianos, convertidos repentinamente en leones, cerraron con tanto brío con aquel enjambre de moros que los tenia acosados, que los obligaron á huir, arrojándose muchos por la muralla al rio para salvar la vida, y abandonando el ejército sitiador el puente y su fortaleza. Los dos coligados repitieron la embestida por separado al siguiente dia, pero en vano; y al cabo volvieron unidos sobre la ciudad, que asediaron con nuevo ardimiento. Los sitiados resolvieron salir á darles batalla, y eligieron por su general al Adelantado, á quien de derecho tocaba serlo. Juntóse un lucido escuadron de caballeros y gente ciudadana, decididos todos á morir ó vencer; pero divulgóse entre el pueblo crédulo la calumnia de que el Adelantado tramaba la entrega de la ciudad al rey de Castilla, y al salir la hueste cordobesa al puente se presentó al caudillo su madre D.ª Aldonza de Haro, y le dijo: mirad, hijo, que me dicen salís á entregar la ciudad á nuestros enemigos; recordad que en vuestro linage no ha habido traidores: no hagais menos que vuestros pasados. Y D. Alonso respondió: SE

Amparo que solía empujar a Chinto, y no por vía de halago, bien lo sabe Dios, sino de pura rabia que le tuvo siempre. Si pudiese leer en el alma del paisano, adivinar cómo le hervía la sangre al acercarse a ella, le hubiera cobrado asco amén del odio inveterado ya. Para Amparo, hija de las calles de Marineda, ciudadana hasta la médula de los huesos, Chinto era un ilota.

¿Cómo has entrado en Francia? preguntó él, sin hacer caso de su acento doloroso. Freya levantó los hombros. En su oficio se cambiaba fácilmente de nacionalidad. Ahora era ciudadana de una república de América. La doctora le había proporcionado los papeles necesarios para pasar la frontera. Pero aquí continuó me tienen más segura que en una cárcel.

«No temas, ciudadana le dijo: también nosotros los republicanos tenemos hijosAl ver que yo sonreía jugando con su escarapela tricolor, añadió: «A fe mía que tienes un niño bien hermoso para ser hijo de un aristócrata.

Los recuerdos de su pasada existencia, amortiguados por la vida solitaria, surgían ahora con el mismo relieve que si fuesen sucesos del día anterior. ¡Los cafés del Borne! ¡Sus amigos del Casino!... ¡Volver allá, pasando de un salto a la vida ciudadana, luego de su reclusión casi salvaje en la torre!... Se marcharía cuanto antes: estaba resuelto a ello.