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Actualizado: 18 de julio de 2025
Pasan la mañana en los callejones del Escobillar, recorren todo el barrio, se reúnen en los «solares», y allí comen el tradicional mole de guajolote, y los tamales de frijol, a la sombra de los naranjos y de los «jinicuiles» rumorosos.
Con que, mi niñita, prepárese para el baile, y que le voy a prestar un chal de seda encarnada que yo tengo, que me la va a poner más linda que la misma niña Sol. ¡Cómo está que se muere el niño Pedro por la niña Sol! Pero yo no sé qué tiene la niña Adela, que está como aburrida. ¿Quiere mi niñita los tamales hoy de coco, o de carnecita fresca?
Al alba, el desayuno va a ser en el parador. ¡Oh qué tamales, de las especies más diversas, tiene dispuestos Petrona Revolorio! esta tarde, cuando los hizo, se puso el chal de seda. Ana no ha visto su sillón de flores. ¿Adónde ha de estar Adela, sino por el jardín correteando, enseñando cuanto sabe, a la cabeza de un tropel de flores, de flores de ojos negros? ¿Y Lucía?
Luego echaba a correr, riendo y hablando en una jerga que quería ser muy culta y ciudadana; y se iba a preparar a la niña Ana, lo cual hacía muy bien, unos tamales de dulce de coco y un chocolatillo claro, que era lo que con más gusto tomaba, por lo limpio y lo nuevo, nuestra linda enferma.
Ni había cosa que a Lucía pusiese en mayor enojo que hallarlos conversando, cuando volvía, de la caza de ayer, del jabalí en preparación, de las fiestas de cacería en los castillos señoriales de Europa, de la pobre Ana, de los tamales de Petrona Revolorio.
Palabra del Dia
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