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Al poco tiempo, el mismo Pppsicología fue sorprendido por el inspector durmiendo la siesta con la cocinera, una mujerota fea y obesa hasta la monstruosidad, y enterado el coronel, los puso a ambos en la calle, con alegría general de los alumnos por lo que se refería a D. Benigno y con sentimiento en lo que tocaba a la cocinera, que era generosa y amable en sumo grado.

Había que reconocer que Dios es bueno y proporciona ratos muy agradables a los que tienen casa y cocinera. Cuando volvieron al comedor, Nelet sacaba el héroe de la fiesta: un soberbio capón, panza arriba, con los robustos muslos recogidos sobre el pecho y la piel dorada, crujiente, impregnada de manteca. Don Juan contemplábalo con miradas de amor.

Yo cogí la ocasión por el cabello y le dije: «Tienes mucha razón, amigo mío. Pero la sustituta de Gertrudis está llena de buena voluntad, y si tomamos otra sería tan ignorante o tal vez menos dispuesta que ésta. Conservemos y enseñemos a esta idiota que tenemos. Yo me encargo de convertirla en una cocinera modelo.

Una vez que sorprendió al mozo de cuadra dando un beso a la cocinera se puso enferma del disgusto. Ambos salieron inmediatamente de la casa. Le gustaba, no obstante, tener tertulia a primera hora de la noche, pero de clérigos solamente.

Pero contadme, contadme: ¿en qué estado se encuentran los amores del sargento mayor y de la mayor cocinera? El tío Manolillo no contestó; había levando la cabeza, y puéstose en la actitud de la mayor atención. ¿Qué escucháis? dijo Quevedo. ¡Eh! ¡Silencio! dijo el bufón levantándose de repente y apagando la luz. ¿Qué hacéis? Me prevengo.

En el comedor, don Pablo Aquiles ocupaba todavía el sillón y misia Casilda había vuelto a sentarse en el sofá, sus manos de cera extendidas sobre la falda negra; se esperaba al niño, a Quilito, que había subido a su cuarto y nunca acababa de bajar a comer. La cocinera asomó dos o tres veces su cara encendida. Espere usted que el niño baje decía la señora con su voz de flauta.

Después de este insulto supremo se sintió más ágil, y empezó á bajar unos peldaños, hasta dar con la cocina. Aquí admiró más que en los salones el bienestar de su nieta. ¡Qué abundancia! ¡Qué de cacerolas brillantes como astros!... La cocinera le hizo los honores de sus dominios, colocando sobre la mesa una botella y dos vasos. La bebieron entera, hablando de sus penas.

Hay que saber sufrir lo que no se puede evitar. De vuelta a casa, encontramos a Celestina, la cocinera, con una expresión consternada. ¿Qué hay, Celestina? le pregunta la abuela. Celestina no responde y finge absorberse buscando un objeto perdido. La abuela, que sabe lo que significan los silencios de Celestina, sigue su camino y se va a su cuarto.

Benigno, a quien el retiro de su amo tenía la libertad mermada, le propuso llamar a Mónica, la incomparable cocinera que en situaciones menos graves había restaurado sus fuerzas. Don Juan le preguntó: ¿Recuerdas dónde vive? No, pero lo preguntaré. Bueno. Haz lo que quieras.

La cocina podría albergar un ejército de marmitones; sólo las cacerolas y los peroles de cobre vigorosamente frotados ponen en ella una nota alegre que continúa la cocinera, reluciente como una alhaja. Aquel es el domicilio de Celestina, su triunfo, su admiración, su gloria, el orgullo y el amor de su vida.