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Difícil de vencer era mi tentación. El mal disimulado asombro con que D. Pepito me miraba hacía mi tentación más fuerte. D. Pepito veía en el sobrenatural y más complicado producto de esa civilización de noventa siglos de que él quería apoderarse. Yo era para él como resumen y compendio de todas las ciencias, artes e industrias. Algo como enciclopedia viva. Entendió D. Pepito que si llegaba a entenderme y a saberme a , todo lo entendería y lo sabría. Y persuadido de esto, él me lo explicaba a su manera, y yo me sentía muy lisonjeada cuando él me lo explicaba. Sus explicaciones eran por lo común en castellano, pero de vez en cuando se empeñaba él en dármelas en guaraní. Yo no comprendía palabra, y él, entonces, quería enseñarme su lengua, asegurándome que para tratar de no pocos asuntos y sobre todo para el amor era mil veces más expresiva y eficaz que el habla de Castilla. Para complacerle le solía yo pedir que me dijese algo en guaraní y hasta que me enseñase a contestarle.

Sea así, replicó ella . Muy lisonjeada me siento de que usted lo crea y muy inclinada a creer y muy satisfecha de creer que usted no se engaña; pero si el cuerpo permanece como si hubiera vivido encantado o como si no hubiera vivido, el alma mía ha envejecido de una manera horrible. Se me figura que mi alma vive, piensa, padece y ama desde hace miles de años. Mi alma está fatigadísima.

Sus aficiones le dirigían al paisaje; no había pintado más retratos que el de la duquesa de Montmorency y el de una de las infantitas de España; pero ahora sentía un vivo deseo, un capricho más bien, de retratar a Venturita tal cual la había visto por primera vez, con aquel traje azul marino descotado. La joven sintióse profundamente lisonjeada.

Su naturaleza ardiente, orgullosa, lisonjeada por un padre que llegaría hasta el crimen por darle gusto, y por un enjambre de adoradores postrados a sus pies, botaba ante aquel obstáculo, el primero con que había tropezado en su vida, como un potro salvaje. En estos frenesíes de cólera ideaba vengarse. Escribió varios anónimos a D. Pedro, pero ninguno llegó a su destino.

La misma vanidad de la criatura, que empieza á ser mujer, es profusamente lisonjeada. El Príncipe le envía sus emisarios y servidores, y la calzan con preciosos zapatitos, como á la Cenicienta, y la coronan de flores y la adornan con ricas vestiduras de desposada, y la atavían por tal arte que parece hermosa y gallarda.

Como lo oyes dijo la otra algo lisonjeada con el éxito de su confidencia. Y ¿de qué lo sabes? preguntó Verónica atreviéndose poco a poco. De que me lo ha confirmado él con la mayor desvergüenza. ¡Confirmado! ¿Luego ya lo sabías? Por Leticia, a quien se lo dijeron amigos íntimos de Gonzalo.

La toma de hábito de la señorita de Elorza, aunque esperada desde hacía algún tiempo, no por eso dejaba de impresionar profundamente. ¡Una joven tan rica, tan bella, tan lisonjeada por todo lo que el mundo tiene de risueño y apetecible! Interminables comentarios se hacían por aquellos días en las tertulias de las tiendas. ¿Pero no decían que estaba ya arreglada la boda con el marquesito?

Y en efecto, al recibir ésta el papelito experimentó satisfacción, lisonjeada en su vanidad y en sus instintos. ¿Sabes lo que dice este papel? le preguntó relamiéndose. Josefina hizo un signo negativo. Leía todavía mal el manuscrito, sobre todo escribiendo tan descuidadamente como lo había hecho la señora. La costurera le obligó a deletrear aquellas palabras hasta que se enteró bien de ellas.

¿Ni de duquesa tampoco? ¡Oh, madame la duchesse! Y una de las amiguitas se inclinaba delante de la novia con reverencia cómica que despertaba las carcajadas de las otras. Araceli, lisonjeada, sonreía con benevolencia. ¿No tardarás en tomar la almohada? ¡Quién piensa en eso todavía! respondió Araceli que había pensado ya infinitas veces.

Tan bien le sentaba el embarazo que en aquel momento sentía que doña Rafaela le dio una palmadita en el hombro, lisonjeada hasta un punto indecible. Eso no vale la pena, querido. Para es un gusto el hacerle cualquier pequeño favor como éste. Lo , señora, lo exclamó con voz melodiosa el joven . Pero me siento turbado, porque desde que murió mi santa madre no hallé en nadie tanta dulzura.