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Veamos a don Timoteo en el Prado; rodeado de una pequeña corte que a nadie conoce cuando va con él: vean ustedes cómo le oyen con la boca abierta; parece que le han sacado entre todos a paseo para que no se acabe entre sus investigaciones acerca de la rima que a nadie le importa. ¿Habló don Timoteo? ¡Qué algazara y qué aplausos! ¿Se sonrió don Timoteo? ¿Quién fue el dichoso que le hizo desplegar los labios? ¿Lo dijo don Timoteo, el sabio autor de una oda olvidada o de un ignorado romance?

Sonrió a la chiquilla dormida, y añadió: ¿No le encuentra usted parecido...? ¿Con usted? ¡Con su padre!... Es todito él en el corte de la frente.... No manifestó el capellán su opinión. Mudó de asunto y continuó aquel día y los siguientes cumpliendo la obra de caridad de visitar al enfermo.

Está bien continuó el americano . Digo, profesor Flimnap, que no puedo comprender todas esas armas primitivas al lado de tanta máquina terrestre y aérea, que me parecen perfectas, y de esa escuadra del Sol Naciente de que me ha hablado antes. El doctor hembra sonrió con superioridad.

Volvió a la carga con otra: tampoco el catalán se dio por ofendido. Era hombre de buena pasta y amigo de las bromas. Mas el violinista llegó a ponerse tan agresivo, que al fin no pudo menos de decirle seriamente, suspendiendo su juego: Oiga usted, amigo, ruego a usted que sea más comedido en las bromas; de otro modo, me parece que no vamos a parar bien. Timoteo sonrió ferozmente.

S. E. se sonrió nerviosamente y contestó: ¿? pues razon de más para que continúe preso; un año más de carrera, en vez de hacerle daño, le hará bien, á él y á todos los que despues caigan en sus manos. Por mucha práctica no es uno mal médico. ¡Razon de más para que se quede! ¡Y luego dirán los reformistas filibusterillos que nosotros no nos cuidamos del país! añadió S. E. riendo sarcásticamente.

Luego, dos personas abandonaron una mesa, corriendo hacia el automóvil, que se detuvo instantáneamente. Eran Nélida y su hermano. Sonrió ella a Fernando, como si nada hubiese ocurrido entre los dos, acariciándole con sus ojos. El hermano experimentó una rápida simpatía por Ojeda a verle en automóvil, y sonrió igualmente, alabando el buen aspecto del vehículo.

Era tan desgraciado al guardar su millón como se había sentido feliz al recibirlo. La señora Chermidy pareció tener piedad de él. Niño grande le dijo , no llore usted. He empezado por decirle que aceptaba. Pero tenga usted cuidado; voy a hacerle mis condiciones. El señor de La Tour de Embleuse sonrió como un moribundo que ve entreabrirse el cielo.

Quería aceptar, casi sufrir, ¿no es cierto? como un castigo merecido, hasta el último, las consecuencias de su error... Pero si eso le había sido posible antes de conocer a usted, ¿cómo no recuperó su libertad el día que otra esperanza la sonrió? , ¿por qué no la recuperó? replicó Vérod, como hablando consigo mismo. ¿Usted no sospechó el motivo? Ella misma me lo dijo. ¿Y fue?...

El cura acababa de confesar y se disponía a poner la unción al desdichado Baldomero, que presentaba en el rostro las señales indefectibles de la muerte. Al entrar su hermano volvió los ojos hacia él y sonrió con cariño. ¿No habrá sío náa, eh? le preguntó éste con voz alterada y ronca, queriendo persuadirse de que no era caso de muerte. Poca cosa, Pepe... que me voy ar otro barrio...

El Magistral sonrió... No se ría usted: serán los nervios, como dice Quintanar, o lo que se quiera, pero yo estaba llena de un tedio horroroso, que debía ser un gran pecado... si yo lo pudiera remediar.