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Sin embargo, los gestos desesperados del profesor sirvieron para hacerle pensar que estaba á merced de aquella humanidad pigmea, despreciable para él, pero sin la cual no podía alimentarse ni atender á otros cuidados que necesitaba su persona. Flimnap, creyendo ver en su rostro un reflejo de intensa cólera, le recomendó la calma.

El americano, después de tanto soñar, sentía hambre, un hambre sólo comparable á la que había sufrido cerca del puerto de la Ciudad-Paraíso de las Mujeres mientras esperaba inútilmente el envío de víveres prometido por la enamorada Flimnap. Pero la evocación de esta parte material de su ensueño sirvió para resucitar en su memoria la imagen de la dulce Popito y la escena de su muerte.

Adivinó que el profesor hembra le traía buenas noticias, a juzgar por la expresión alegre de su rostro; pero antes de que se enfrascase en su relato y tal vez en la manifestación de sus tiernos sentimientos, quiso satisfacer la propia curiosidad. -Dígame, doctor: ¿Momaren tiene una hija? Al oir estas palabras, Flimnap perdió su alegre gesto.

¡Oh, gentleman! dijo Flimnap . Eso podía ser un problema en otra época, cuando la ciencia estaba aún en sus descubrimientos elementales. La maternidad entre nosotros no representa ya mas que una corta molestia. Un simple resfriado da más que hacer y obliga á mayores pérdidas de tiempo. Este progreso de la ciencia es el que más ha favorecido nuestra emancipación.

Era igual á las mujeres descritas por el doctor Flimnap que vivían en las épocas anteriores á la Verdadera Revolución. Ra-Ra contaba las últimas aventuras de su existencia errante y sus trabajos para destruir el despotismo femenino. Creía en un triunfo próximo con la fe de los visionarios, que siempre colocan la victoria de sus ideales dentro de breve plazo.

Gentleman gritó Flimnap : el digno señor que me acompaña, así como los otros representantes del gobierno, afirman que puede usted salir de aquí sin miedo y mostrarse al público, pues su vida no corre ningún peligro. ¿No es así, señor? añadió, dirigiéndose á su acompañante. Este le contestó con unas cuantas palabras en el idioma del país, y su respuesta pareció satisfacer á Flimnap.

Siempre he soñado con dedicar mi ternura á algo muy alto, muy extraordinario, que estuviera por encima de las cabezas de los demás mortales.... Pero antes de que usted viniese esto equivalía á soñar con lo imposible. Se ruborizó Flimnap, creyendo haber dicho demasiado, y miró á través de su lente el rostro del gigante.

Sin embargo, cuando Flimnap les dijo que el gigante ya no haría resistencia, dejándose registrar y obedeciendo á cuanto quisieran ordenarle las autoridades, todos se mostraron algo más efusivos con el mediador, agradeciendo sus buenos oficios. Por indicación de Flimnap, el ejército cesó en su movimiento ascendente, manteniéndose lejos de la Galería.

¡El profesor Flimnap!... ¡Y vestido de mujer! Comprendió el catedrático el asombro que sus ropas inspiraban al gigante. Verdaderamente, de toda mi aventura lo más estupendo es haberme vestido con el traje que llevaban antes las mujeres como una librea de esclavitud. ¡Qué dirían mis discípulos si me viesen!...

Este se llevó á un ojo la lente facilitada por Flimnap, y al ver de cerca el rostro del gigante, reducido casi á las proporciones de un ser de su misma especie, no pudo reprimir un movimiento de sorpresa. Quedó contemplándole con una expresión reflexiva que revelaba intenso trabajo mental.