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Cuatro fueron las veces que habló Martí en el Liceo de Guanabacoa. La primera sobre el realismo en el Arte; la segunda sobre su amigo, el poeta Alfredo Torroella, en que arrancó lágrimas; la tercera sobre los dramas de don José Echegaray, y la cuarta, sobre el insigne violinista Díaz Albertini.

D.ª Carolina adoptó inmediatamente un continente grave, protector, de una importancia tal que el violinista comprendió que su vida estaba en manos de aquella señora. Largo rato estuvo pensativa. Luego manifestó que por ella todo quedaría arreglado en seguida. ¡Ah, por ella no había dificultad alguna! Desgraciadamente era necesario consultar otras voluntades: primero la de Presentación...

Volvió a la carga con otra: tampoco el catalán se dio por ofendido. Era hombre de buena pasta y amigo de las bromas. Mas el violinista llegó a ponerse tan agresivo, que al fin no pudo menos de decirle seriamente, suspendiendo su juego: Oiga usted, amigo, ruego a usted que sea más comedido en las bromas; de otro modo, me parece que no vamos a parar bien. Timoteo sonrió ferozmente.

Para teatro de la fiesta se eligió una pradera separada de la romería por un regato, ó por un seto transparente, pues sobre este punto tampoco están las crónicas muy de acuerdo, y para orquesta se ajustaron, por horas, un violinista y un gaitero trashumantes, de los muchos que había en la romería, y acaso los únicos que á la sazón se hallaban desocupados.

Y si tuviera veinte hijas, veinte veces se repetirían aquellas escenas conmovedoras; porque D.ª Carolina tenía un corazón muy grande y muy maternal. Cualquiera podría imaginar que Timoteo el violinista del Siglo, en vista del curso torcido de los sucesos, había desistido de su desgraciada pasión por la hija menor de los señores de Sánchez. ¡Ah!

Pero así y todo, no podían prescindir la una de la otra y formaban dentro de la casa un partido. Presentación era la preferida de su madre, como Carlota de su padre. Oiga usted, Timoteo dijo de pronto la niña volviéndose hacia el violinista con ojos risueños. ¿Qué era lo que usted tocaba hace poco? ¿Lo último?... Un stornello titulado Día de sol. ¡Qué bonito es!

Un violinista sin albergue fué a operar a un tendero gallego, y entró en su almacén tocando la alborada de Veiga... ¡Y luego dicen que la música domestica a los animales! El pobre músico tuvo que terminar su melodía y la noche en un banco de Recoletos. Para pedir dinero es preciso ser un psicólogo sutil. ¡Nadie lo da generosamente!

Señora venía usted a decirme, yo sigo tan enamorado de su hija Presentación como el primer día. A pesar de su desgracia la quiero con todo mi corazón, porque mi cariño no se cifraba en la hermosura del cuerpo, que es perecedera, sino en la del alma, que jamás muere. El violinista se puso horriblemente pálido.

¡Pobre chico! ¿Qué culpa tiene él de que se le escape la saliva? repuso aquélla sonriendo. ¡Anda! ¿Y qué culpa tengo yo? exclamó enfurecida la otra. Mario rió la ocurrencia, irritado contra el violinista que le había impedido extraviarse por la floresta. Romadonga la amenazó con el dedo. ¡Niña! ¡niña! ¿Qué le duele a usted, D. Laureano? A nada.

Presentación vacila un momento, mira de reojo al violinista, sonríe maliciosamente y se deja arrastrar al baile por tal odiosísimo sujeto, a quien desde aquel punto dedica Timoteo toda la hiel que elabora su organismo.