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Había sorprendido a primera hora las conversaciones de algunos de la banda, que comentaban con orgullo lo ingenioso de su burla. Al espiar a Ojeda en la noche anterior y enterarse de su buena suerte, habían tenido un conciliábulo en el fumadero, despertando después al jefe de la música para encargarle esta alborada. Era una felicitación que le dirigían los antiguos amigos de Nélida.

El pícaro habrá pensado, al pasar por delante de mi molino: Ese parisiense está muy tranquilo ahí dentro; vamos a darle la alborada. Y seguramente habrá tomado un bombo, y... ¡rataplán!... ¡rataplán!... ¿Quieres callarte, pícaro Puck? Vas a despertarme a las cigarras. Pero no era Puck.

Podía pasar la noche pensando en la religión, en la virtud en general, por aquel sistema nuevo, y no preocuparse todavía con el cuidado de recibir al Señor dignamente. Era una prórroga; un respiro. Y ya no le parecía impropio dar rienda suelta a su alegría, aquella alegría causada por fuerzas morales puramente y que tal vez era la alborada del día esplendoroso de la virtud.

Ya no irá á despertarlos en su lecho La brisa matinal embalsamada, Ni oirán cantar en su pajizo techo El gallo anunciador de la alborada. Ya no recibirán junto á su hoguera De la esposa solícitos cuidados, Ni sus hijos despues de larga espera En sus rodillas se verán sentados.

¡Ay, no es verdad que brote la alborada tras la noche caótica y severa!... Donde la pena labra su morada, allí estará cual víbora enroscada, siempre más pertinaz, siempre más fiera. En vano, muchas veces, temerario, intenté refrenar con valla ruda el cauce de mis penas tumultuario: no he logrado desviarme del calvario donde sucumbo sin piedad ni ayuda.

Una alborada en los trópicos. La niña, el árbol y el crepúsculo. Una misa en la ermita. Oración que implora y curiosidad que investiga. La madre del dolor. Una cifra y una fecha. Averiguaciones inútiles. El matandá de la ermita. La Casa Real de Cotta. Las ruinas y la recámara de la muerte. Estancia en el barrio de Cotta. Tamayo y Belloc. Recuerdos. Horas felices. Salubridad y riqueza.

Felices divagaciones habían ocupado su mente; pensando en los juveniles años de su amada, en las ingenuas esperanzas que la habían sonreído, en la alborada radiosa de aquella vida benéfica, había llorado lágrimas gratas. Pero en otra parte lo esperaba el llanto tempestuoso.

Tenía yo en las manos el cuaderno de Calendal, y hojeábalo profundamente emocionado... Una banda de pífanos y tamboriles resonó de repente en la calle delante de la ventana, y he aquí Mistral que corre al armario, saca de él vasos y botellas, coloca la mesa en medio del salón, y abre la puerta a los músicos, diciéndome: No debes reírte... Vienen a darme la alborada... Soy concejal.

La alborada clareó detrás de las persianas y me encontré reclinado en un diván, exhausto y semidesnudo, sintiendo el cuerpo y el alma desvanecerse, disolverse en aquel ambiente tibio donde erraba un olor suave de polvos de arroz, de hembras y de punch.

"Pasóse la noche; vino el día, cuya alborada fué regocijadísima, porque con nuevos y verdes ramos parecieron adornadas las barcas de los pescadores; sonaron los instrumentos con nuevos y alegres sones; alzaron las voces todos, con que se aumentó la alegría; salieron los desposados para irse a poner en el tálamo donde habían estado el día de antes; vistiéronse Selviana y Leoncia de nuevas ropas de boda.