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Por primera vez la gran fecha de Francia era festejada en un buque alemán; y mientras los músicos seguían paseando por los diversos pisos una Marsellesa galopante, sudorosa y con el pelo suelto, los grupos matinales comentaban el suceso. «¡Qué finura! decían las damas sudamericanas . Estos alemanes no son tan ordinarios como parecen.

Estaban en la Carrera de San Jerónimo, marchando en dirección contraria a la gran corriente de gentío que remontaba la calle hacia el interior de la ciudad. Las familias burguesas, endomingadas, llevaban blanqueados los zapatos por el polvo de los paseos. Grupos de hombres comentaban con enérgica gesticulación los incidentes de la corrida de novillos de aquella tarde.

Comimos, volví a embozarme y precedido de Tarlein me dirigí adonde nos esperaban los caballos. No eran más de las ocho y media de la noche, había mucha gente en las calles para una población tan pequeña y era fácil ver que los buenos vecinos de Zenda comentaban noticias al parecer muy interesantes.

Los hombres, con sus anchos sombreros empolvados, los gemelos pendientes de un hombro y empuñando todavía el bastón de paseo, hablaban solemnemente de su viaje. Para muchos, era el primer suelo que habían pisado después de su salida de Hamburgo o de París. El buque se había detenido muy poco en Vigo y en Lisboa. Comentaban a coro el atraso y la pereza de aquella tierra.

Allá por dentro, la cólera le carcomía las entrañas, se le mezclaba a la sangre. ¡Cuánto trabajo le costaba reprimir los ciegos ímpetus de ira que a cada paso le acometían! Dos de sus amigos comentaban la sesión, mientras él, silencioso, lívido, con sus eternas ojeras más pronunciadas aún, revolvía el líquido con una cucharilla.

Además sentía vergüenza; aquello había sido como lo de ser literata, una cosa ridícula, que acababa por parecérselo a ella misma. No osaba pisar la calle. En todos los transeúntes adivinaba burlas; cualquier murmuración iba con ella, en los corrillos se le antojaba que comentaban su locura. «Había sido ridícula, había hecho una tontería»; esta idea fija la atormentaba.

Tiene una muchacha decían sus camaradas que le arregla y le cuida: una verdadera ganga, y además, guapa. ¡Qué suerte la de ese chico!... Y comentaban el astuto recelo de Maltrana, que, conociendo la lengua libre y las audacias de la tropa menuda de sus amigos, cuidábase de ocultarles su domicilio.

Y se perdieron entre la multitud de hombres uniformados, caballos y cañones. Y su recuerdo se perdió igualmente en la memoria de todos los que una semana antes comentaban sus palabras y gestos.

Estas noticias volaban por el colegio y se comentaban entre risa y algazara. Pero los demás profesores, sus compañeros, no se reían; estaban indignados. Distinguíase entre todos el cura D. Juan, a quien no le faltaba más que esto para aborrecer de muerte al heterodoxo naturalista.

Haré too lo que sepa murmuraba Gallardo con falsa modestia . Yo creo que no quearé mal der too. El apoderado intervenía, con la brava ceguera de su fe: Quearás como las propias rosas... como un ángel. ¡Si te metes los toros en el bolsillo!... Luego, los entusiastas de Gallardo, olvidando por un momento la corrida, comentaban una noticia que acababa de circular por la ciudad.