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Nada se oía: sólo el viento agitaba a veces el ramaje de los árboles vecinos, obligándolo a chocar contra las persianas; la luz intensa desparramaba su claridad hasta los rincones, y sobre el paño oscuro que cubría la mesa, las cuartillas, unas vírgenes de plumadas, otras ya escritas, atestiguaban de la laboriosidad de Pepe.

Una de las caras que forman la plaza es grande, con pórtico espacioso, alero avanzado y varias ventanas cubiertas por persianas verdes. Sobre el escudo que se ostenta en el arco de la puerta, se ve escrita la fecha en que se edificó la casa, y unas palabras en latín indicando quién la hizo: Bacalareus presbiterus Urbide Hoc domicilium fecit in lapide.

El joven fue a sentarse cerca del velador que había en el centro, y se puso a mirar las estampas de un libro lujosamente encuadernado. Reinaba silencio completo en la estancia esclarecida a medias solamente. La luz del sol penetraba bastante amortiguada al través de las persianas y cortinas. Detrás de la puerta del gabinete vecino percibíase un rumor semejante al cuchicheo de los confesonarios.

Quiso habitar el cuarto de la calle de Provenza; pero con gran sentimiento supo que había sido alquilado, durante su ausencia, por un señor extranjero que no lo ocupaba. Intentó volver a verlo, al menos, y el portero no tenía las llaves; las puertas y las persianas de la habitación estaban constantemente cerradas.

Tanto mejor; y quiera Dios que siga andando, como el judío errante, hasta el día del juicio. Ahora vengo de ver los toros de la corrida de esta tarde. ¡Ya nos darán que hacer los tales bichos! Hay uno negro que se llama Medianoche, que ya ha matado un hombre en el encierro. ¿Quieres asustarme y ponerme peor de lo que estoy? dijo María . Cierra las persianas, que no puedo aguantar el resplandor.

Pierrepont, desconcertado al pronto, aguardó algunos instantes, pero al fin se decidió a seguirla; la habitación estaba casi a obscuras, cerradas las persianas para preservarse sin duda contra el fuerte calor; el marqués pudo, sin embargo, advertir que Beatriz no estaba allí; se presentó un momento después llevando un estuche en la mano.

Formaban el jardín tres o cuatro mezquinos recuadros de flores vulgares, las enredaderas enroscadas a la verja, y varias acacias, cuyas fornidas ramas ocultando casi por completo los balcones, oponían a la curiosidad una cortina impenetrable. Las persianas estaban continuamente caídas y las vidrieras se abrían rara vez, sin que nunca sonase dentro cantar de criada ni piano de señora.

Ya se paraban a hablar con doña Antonia, la guardarropa, que corría las persianas y regaba sus tiestos; ya se les unía alguna distinguida persona de la vecindad, la señora del secretario del Rey, la hermana del mayordomo segundo, el inspector general con su hija, y paseaban juntos conversando frívolamente.

Las casas en fila, las aceras de ladrillos rojos, los balcones con persianas, todo lo admiró con la simpleza de un salvaje del interior que llega a una factoría de la costa. Detúvose ante algunas ventanas convertidas en escaparates, examinando los géneros expuestos con la misma delectación que había contemplado en otra época las lujosas vitrinas de los bulevares o del Regent Street.

Torturado por el sufrimiento, murmuró: Es locura, locura, ¡yo debería condenarme a evitarla, a no verla más! Y ocultó la cara entre sus manos. Cuando levantó la cabeza, las persianas estaban cerradas. A su alrededor, ahora, todo aparecía bajo un aspecto prosaico, desesperante.