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Protectora de esperanzas casi nunca frustradas, objeto de súplicas fervorosas de los corazones atribulados, causa de inefables é inocentes alegrías, permanece desde entonces la santa Vírgen de Villaviciosa en la capilla que lleva su nombre, sin habérsela bajado de su altar mas que para las procesiones que en torno de la catedral se celebran cuando se implora su poderosa mediacion, y en el año 1710 para la costosa y poco acertada obra de renovacion que hizo el medio racionero D. Antonio Monge Maldonado.

Ellos pagaban lo mismo que los demás: a bordo todos eran iguales, y su república valía tanto como cualquiera otra de América... Los camareros, azorados cual si fuese a estallar una conflagración internacional, salían a toda prisa al comedor y regresaban trayendo con ellos al mayordomo, sonriente y confuso a la vez, como un gerente de restorán de moda que implora perdón por olvidos en el servicio.

Una alborada en los trópicos. La niña, el árbol y el crepúsculo. Una misa en la ermita. Oración que implora y curiosidad que investiga. La madre del dolor. Una cifra y una fecha. Averiguaciones inútiles. El matandá de la ermita. La Casa Real de Cotta. Las ruinas y la recámara de la muerte. Estancia en el barrio de Cotta. Tamayo y Belloc. Recuerdos. Horas felices. Salubridad y riqueza.

El alcaide de mismo. Calderón, en esta comedia agradable, parece que renuncia á su estilo ordinario, y sigue más bien los pasos de Lope de Vega. El argumento es el siguiente: El príncipe Federico de Sicilia ha dado muerte en un torneo, en Nápoles, al sobrino del Rey, huyendo luego para no ser perseguido. Nadie presume quién pueda ser el matador, porque el Príncipe, á causa de la enemistad, reinante largo tiempo, entre Nápoles y Sicilia, se ha presentado de incógnito y con la visera calada. Para asegurar más su huída, se despoja en un bosque de sus vestiduras lujosas, sustituyéndolas con un traje muy pobre, con el cual implora luego el auxilio de una señora principal, cuyo palacio encuentra á su paso; pretexta ser un mercader, que ha caído en manos de salteadores, y la compasiva señora, no sólo le promete su protección, sino que manifiesta agradarle mucho su trato, y lo nombra representante suyo en el castillo. Sabe él entonces, con horror, que su bienhechora es la princesa Elena, hermana del que ha muerto á sus manos, y empeñada á todo trance en apoderarse de su matador. Al principio, sin embargo, no teme ser descubierto, puesto que nadie lo ha visto en Nápoles, excepto la infanta Margarita, hija del Rey, con la cual ha entablado relaciones amorosas, á consecuencia de un encuentro casual, habido entre ambos. Mientras tanto, un campesino sencillo, pero algo travieso, llamado Benito, ha encontrado en el bosque los vestidos del caballero, poniéndoselos para que sus compañeros lo contemplen con tan inusitada vestimenta; apodéranse de él los emisarios del Rey, encargados de aprehender al matador de su sobrino, y lo llevan preso á la corte; sus trazas rústicas se interpretan como obra del disimulo, y creyendo el Rey que tiene en su poder al caballero fugitivo, lo envía á la princesa Elena para que lo guarde en su castillo.

Y no debe estrañar que solo la gente del alcázar ocupase una gran parte de la mezquita, si se considera que las concubinas, esclavos de ambos sexos, pages y eunucos de Abde-r-rahman el Grande se contaban por millares. Al-mustanser billah, nombre dado á Al-hakem II, que quiere decir el que implora el auxilio de Dios. Cubierta ó cúpula. Mosáico esmaltado. Véase la nota 1, pág. 173.

Pasa estúpidamente desde la prodigalidad a la avaricia, y desde la esplendidez a la miseria: su amor ciega, su desdén mata, a unos envilece, a otros trastorna; es la eterna Dulcinea engañosa para nuestra locura, y encantada para nuestra razón: niega lo que se le implora, da lo que no se le pide, todo lo tiene, y todo lo derrocha.

La postrera de todas trae las miradas impregnadas de amor, la boca prometedora de besos, pero al mismo tiempo sus labios murmuran una palabra: «Imposible». Es Cristeta. Don Juan, reconociéndola, suplica, implora, ruega, grita, procura detenerla, y nuevamente el fantasma se disipa, dejándole en las manos la sensación de un sudor frío y pegajoso. <tb>

En las sequías, en las anegaciones é inundaciones, en los contagios, en todas las grandes calamidades, recurre Córdoba á su milagrosa abogada con fiestas, novenarios, rogativas y procesiones. Pero es en las sequías principalmente, tan frecuentes en toda la Andalucía, cuando se implora su maravilloso poder.

¿Subo? preguntó el diputado con angustia, con la entonación del niño que implora un juguete. ¿Para qué? Te aburrirías; seré la misma que aquí. Arriba no hay luna ni naranjos en flor. Es inútil esperar una borrachera como la de aquella noche. Además, no quiero que te vea Beppa.

Nadie siente un alma religiosa en un baile, en un banquete, en un encuentro de amor. Ella necesitaba creer, porque era desgraciada. Se acogía á la religión como un enfermo desesperado implora al curandero en el que no tiene fe, porque la razón le muestra sus errores, pero que al mismo tiempo le halaga con una absurda esperanza al haber sanado á otros milagrosamente.