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La condesa de Lemos, sobreexcitada, trémula, enamorada, se quedó profundamente pensativa y devorada por la impaciencia, paseándose á lo largo de su recámara. DE CÓMO LE SALIÓ Á QUEVEDO AL REV

Durante algunos segundos permaneció de pie, inmóvil, anonadada, trémula. ¡Pero Dios mío! ¿Qué es esto? exclamó con la voz temblorosa . ¿Dónde está la reina? ¿Dónde está su majestad? Y saliendo de su inacción, se precipitó de nuevo en la recámara de la reina. Ni en ésta, ni en el dormitorio, ni el oratorio había nadie.

La joven había tenido la delicadeza de no llevar el aderezo de bodas, aquel terrible aderezo. Pero en cambio llevaba uno no menos rico de su madre. , ; ¡mis hijos! exclamó la duquesa ; pero hablad bajo... muy bajo... vos... añadió dirigiéndose á don Juan hacedme el favor de cerrar por dentro aquella puerta. Ahora venid, venid conmigo á mi recámara, donde nadie pueda escucharnos.

Pues que me la traigan, hermano Mohamad respondió el loco Ben-Farding. ¡Que se la traigan! exclamó el Sultán. Y cien postillones, avivados por las insinuaciones del agradable Abu-el-Casín, capitán de la guardia africana, salieron disparados con tal orden a la apartada recámara en donde se encontraban las dos sultanas.

Será porque estoy muy nerviosa. Voy por un abrigo. Se dirigió a la recámara. Mis ojos la siguieron.... A poco salió envuelta en un chal anchísimo, de felpa de seda, color de púrpura. Vea usted: exclamó, sentándose en una mecedora, cerca tenemos el castillo....

Poco después, el joven y el capitán cruzaban las obscurísimas calles de Madrid. Doña Clara entró en una pequeña recámara magníficamente amueblada. En ella, una dama joven y hermosa, como de veintisiete años, examinaba con ansiedad, pero con una ansiedad alegre, unas cartas. Aquella dama era la reina Margarita de Austria, esposa de Felipe III.

Cuando el temporal se hubo apaciguado, dispusieron el viaje hácia Flandes; y el 8 de setiembre desembarcaron en la bahia de Ramna, puerto situado en las inmediaciones de Holanda, sin otró contraste que haber desaparecido varias alhajas de gran valor de la princesa, porque el navío donde se encontraba su recámara encalló en un banco llamado el Monge, sitio bastante peligroso.

Y las más veces son los pagamentos a largos plazos, y las más y las más ciertas, comido por servido. Ya cuando quieren reformar conciencia y satisfaceros vuestros sudores, sois librados en la recámara, en un sudado jubón o raída capa o sayo. Ya cuando asienta un hombre con un señor de título, todavía pasa su laceria. ¿Pues por ventura no hay en mi habilidad para servir y contestar a éstos?

Creí, ansimismo, que ella, si fuera la que debía y la que entrambos pensábamos, ya te hubiera dado cuenta de mi solicitud, pero, habiendo visto que se tarda, conozco que son verdaderas las promesas que me ha dado de que, cuando otra vez hagas ausencia de tu casa, me hablará en la recámara, donde está el repuesto de tus alhajas -y era la verdad, que allí le solía hablar Camila-; y no quiero que precipitosamente corras a hacer alguna venganza, pues no está aún cometido el pecado sino con pensamiento, y podría ser que, desde éste hasta el tiempo de ponerle por obra, se mudase el de Camila y naciese en su lugar el arrepentimiento.

Finge que te ausentas por dos o tres días, como otras veces sueles, y haz de manera que te quedes escondido en tu recámara, pues los tapices que allí hay y otras cosas con que te puedas encubrir te ofrecen mucha comodidad, y entonces verás por tus mismos ojos, y yo por los míos, lo que Camila quiere; y si fuere la maldad que se puede temer antes que esperar, con silencio, sagacidad y discreción podrás ser el verdugo de tu agravio.