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Corro más y más, y cuando volví los ojos, el águila estaba lejos, muy lejos, suspendida del aire como una mancha negra, grande como un jilguero, luego como una mariposa, después como el más pequeño insecto, y en fin, se desvaneció entre lo azul de los cielos. ¡Corre, vuela, corcel mío, el de la blanca estrella! ¡Rocas, águilas, hacedme lugar!

Apenas salió Quevedo cuando doña Clara se dirigió al cuarto de la reina y dijo á la condesa de Lemos: Hacedme la merced, señora, de decir á su majestad que quiero hablarla al momento.

Atravesó con paso firme, a la vista de tres o cuatro criados inmóviles, el gran vestíbulo sonoro de su palacio, y subió la escalera, silenciosa, pero llegado que hubo al primer descanso de la escalera de sus habitaciones, se apercibió de que su marido seguía adelante: Perdón le dijo ; hacedme el gusto de entrar ahí, tengo que hablaros.

No se lo hizo repetir el posadero, que salió corriendo de la estancia, á tiempo que la dama protestaba dulcemente contra el violento lenguaje del caballero. ¡Por amor de Dios! dijo el atribulado posadero á los ingleses, hacedme la merced de seguir vuestro camino. Villafranca no dista más de dos leguas y allí encontraréis cómodo alojamiento en la posada de Anjou.

Primero se tiñó en rojo de encendida rabia, luego vistió la amarillez de la envidia, y por último, poniéndose negra como un cadáver, se ocultó detrás de las montañas. ¡Vuela, vuela, bridón mío, el de la blanca estrella! ¡Nubes y aves, hacedme lugar! En aquel punto, como si fuera el sol, di una mirada en derredor por todo el horizonte y no vi a nadie: yo solo estaba en el desierto.

Yo los desprecio y corro y vuelo más y más: ¡cadáveres y huracanes, hacedme lugar! Un huracán, el más terrible de los que recorren el Africa, discurría solitario por el Océano del desierto.

Gracias, muchas gracias, señor, porque habéis venido dijo la joven sacando un magnífico brazo de debajo de las ropas y estrechando una mano del duque . Tengo que hablaros gravemente. Manuel, amigo mío; hacedme el favor del dejarme sola con su excelencia. El bufón se levantó y salió en silencio, pero no sin haber dicho antes con una profunda mirada al duque: Os mando hacer todo lo que ella quiera.

Créolo; como creo que agradecéis como una reina los cuidados. Perdonad, amigo Juan, si me dejo ver de vos desencuadernado dijo Quevedo saltando del lecho en paños menores ; hacedme la merced de echar esas cortinas, no se escandalize Dorotea. ¿Os levantáis? dijo la comedianta : me alegro, voy á mandar sahumar la alcoba. Pues dudo mucho... ¿Que?...

24 Enseñadme, y yo callaré; y hacedme entender en qué he errado. 25 ¡Cuán fuertes son las palabras de rectitud! Mas ¿qué reprende el argumento de vosotros? 30 Si hay iniquidad en mi lengua; o si mi paladar no discierne los tormentos. 3 así poseo yo los meses de vanidad, y las noches de trabajo me dieron por cuenta. 4 Cuando estoy acostado, digo: ¿Cuándo me levantaré?

Y... oíd: hacedme la merced de decir á doña Beatriz de Zúñiga que entre. No quiere quedarse sola murmuró la joven saliendo ; ¿qué misterio será éste? Y llegando en la antecámara á una hermosa joven que, acompañada de otras tres reía y charlaba, la dijo: Doña Beatriz, la señora camarera mayor, os llama.