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Actualizado: 15 de junio de 2025
Por lo pronto, hacedme la merced de decir á la gente que hoy no se da cuartel á nadie. Tratándose de esas fieras, no quiero prisioneros. ¿Tenéis á bordo un sacerdote ó un religioso? No, señor barón. No importa. La Guardia Blanca se puede pasar sin ellos, porque los tengo á todos bien confesados desde Salisbury y maldito si han tenido ocasión de cometer fechorías desde que emprendimos la marcha.
Bien está, dijo la doncella sonriéndose, y comprendo lo que os pasa. La verdad es que os presentasteis tan repentinamente como lo hacen los juglares en sus comedias; fuisteis el valiente campeón que salva á la afligida dama en los momentos en que va á devorarla el horrible dragón. Pero venid, dijo incorporándose, llamando al halcón y arreglando como pudo sus mojadas ropas. Salgamos al claro y es muy probable que encontremos á mi paje Rubín con Trovador, mi palafrén, á cuya caída debo yo todos mis percances de este día y el haberme visto en manos del ogro de Munster. Pero hacedme la merced de darme el brazo; estoy más cansada de lo que creía y casi tan asustada como mi pobre halconcillo. Mirad cómo tiembla.
Si Dios no me da mejor fortuna que á ese infeliz, dijo Roger al barón, hacedme la merced de decir á vuestra hija que he muerto pensando en ella y con su nombre en los labios. Las lágrimas asomaron á los ojos del noble guerrero, que poniendo ambas manos en los hombros de Roger lo besó cariñosamente.
Vamos, queridos, hacedme el favor de convencer a este babieca de que es un buen partido para cualquier muchacha, porque no quiere creerlo. ¡Aprieta, pues si D. Santos no es partido con cinco o seis millones de reales, no sé yo quién lo será! exclamó Mateo relamiéndose como padre de cuatro niñas casaderas que no acababan de casarse.
La joven había tenido la delicadeza de no llevar el aderezo de bodas, aquel terrible aderezo. Pero en cambio llevaba uno no menos rico de su madre. Sí, sí; ¡mis hijos! exclamó la duquesa ; pero hablad bajo... muy bajo... vos... añadió dirigiéndose á don Juan hacedme el favor de cerrar por dentro aquella puerta. Ahora venid, venid conmigo á mi recámara, donde nadie pueda escucharnos.
Sí, volveos a vuestra casa, amigo mío respondió la viuda. Pero, cambiando de opinión, dijo en seguida: No, no, permaneced aquí; no podéis volveros a Orsdael. Pues entonces, señora, con vuestro permiso, cerca de aquí hay un mesón. Si me llegáis a necesitar, hacedme llamar allí.
Hacedme saber si puedo ser útil para algo, Kimble dijo el señor Crackenthorp. Pero el doctor ya estaba demasiado lejos para que pudiera oírlo. También Godfrey había desaparecido.
Hacedme la gracia de escuchadme: bien sé que casada con vos, vuestra voluntad es para mí una ley; pero yo apelo á vuestra hidalguía; yo os pido, y os lo pido con toda mi alma, que por ahora no miréis en mí más que á doña Clara Soldevilla, no á vuestra esposa. ¿Me lo concedéis? Será siempre, señora, todo lo que vos queráis, menos no amaros.
Tendréis en vuestra casa. Puede ser. Pues vamos. Montiño se dirigió á la portería del señor Machuca y encontró en ella al soldado á quien había mandado guardar el cofre consabido, durmiendo y con la cabeza sobre el cofre. ¡Eh! ¡holgazán! ¡despierta! dijo el cocinero mayor dándole con el pie ; señor Machuca, hacedme la merced de llamar dos mozos y que lleven eso á mi aposento.
Una pesadilla... amiga mía: me había dormido al amor del brasero, y... hacedme la merced de mandar que me traigan agua y vinagre... pero no os vayáis... no... será una manía añadió sonriendo penosamente , pero no quiero estar sola.
Palabra del Dia
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