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-Dice verdad el señor don Quijote de la Mancha -dijo a esta sazón el cura-; que él va encantado en esta carreta, no por sus culpas y pecados, sino por la mala intención de aquellos a quien la virtud enfada y la valentía enoja.

La mancha clara del sobretodo gris del novio se destacaba entre las negras levitas, y su estatura aventajada dominaba también las de los circunstantes.

Parece ser que en otro aposento que junto al de don Quijote estaba, que no le dividía más que un sutil tabique, oyó decir don Quijote: -Por vida de vuestra merced, señor don Jerónimo, que en tanto que trae la cena leamos otro capítulo de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha.

Tomad, pues, la parte del campo que quisiéredes, que yo haré lo mesmo, y a quien Dios se la diere, San Pedro se la bendiga. Habían descubierto de la ciudad al Caballero de la Blanca Luna, y díchoselo al visorrey que estaba hablando con don Quijote de la Mancha.

Descubríase una inmensa extensión de costa, no llana, sino ondulante, plantada de maíz en unos sitios, en otros de trigo, en la mayor parte de hierba solamente, cortada por la gran vía empolvada de Lancia, con su faja obscura de olmos gigantescos, a cuyo extremo parecía como una mancha blanca y roja la villa.

¡, él! ¡Usted es una criatura! ¡Pregúntele de dónde ha sacado su fortuna, robada a sus clientes! ¡Y con esos aires! ¡Su familia irreprochable, sin mancha, se llena la boca con eso! ¡Su familia!... ¡Dígale que le diga cuántas paredes tenía que saltar para ir a dormir con su mujer, antes de casarse! ¡, y me viene con su familia!... ¡Muy bien, váyase; estoy hasta aquí de hipocresías! ¡Que lo pase bien!

María le ofreció su mano delicada y dijo dulcemente: ¿Quiere usted que le ahora la mano que usted me pedía antes de su viaje? Tragomer la cogió, la estrechó con efusión y llevándosela á los labios, se inclinó como delante de un ídolo y contestó: ¡, para siempre! Es de usted. Pero recuerde que no se unirá á la suya sino cuando el nombre de la que se la concede esté lavado de toda mancha.

Mas no le avino como él pensaba, según se cuenta en el discurso desta verdadera historia, dando aquí fin la segunda parte. Tercera parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha Capítulo XV. Donde se cuenta la desgraciada aventura que se topó don Quijote en topar con unos desalmados yangüeses

Viró la barca, y por entre el dédalo de árboles sumergidos, fue poco a poco deslizándose hacia la luz. Chocaron con varios obstáculos, cercas tal vez de huerto, tapias arruinadas y sumergidas, y la luz iba agrandándose; era ya un gran cuadro rojizo en el que se agitaban negras siluetas. Marcaba sobre las aguas una mancha dorada e inquieta.

Más abajo, el mar limpio, el mar inmenso, la mancha azul no más grande que la palma de la mano, pero cruzada por las líneas negras de los grados, que representaban días y días. ¡Faltaban tantos para que cada uno llegase a su destino!... Y dominados por la preocupación de la velocidad, criticaban la marcha del buque, acusando a la Compañía de avaricia en el gasto de carbón, disputando el número de millas que debía correr, haciendo apuestas sobre la singladura del día siguiente.