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Al entrar en la pieza, echó una mirada sobre su hijo y le dijo: ¡Cómo es eso, señor! ¿Tampoco vos habéis almorzado? No cambiaron ninguno de esos saludos amables de la mañana, no porque hubiera entre ellos alguna enemistad, sino porque la flor suave de la cortesía no prosperaba en residencias como la Casa Roja. , mi padre, he almorzado; pero os esperaba para hablaros.

Esto dió alguna esperanza á don Juan. ¿A qué venís? dijo al carcelero. Vengo á pediros licencia, en nombre de una dama que quiere hablaros contestó aquél. ¿De una dama? ¿qué señas tiene? Está completamente encubierta por un manto; pero parece principal y hermosa.

La explicación es muy sencilla: vos misma, recuerdo que hace poco lo decíais, vos misma habéis confesado que no habéis amado nunca. ¿Y lo creéis? Lo creo. ¿Y no teméis engañaros? No. ¿Pero qué razones, qué pruebas tenéis?... Voy á hablaros con el alma, sin embozar mis palabras: cuando yo os vi, me mirásteis como miran las cortesanas... ¡Ah!

Porque si fuérais su majestad... ¡oh! ¡Dios mío! moriría de una manera doble... y perdonadme, señora... pero necesito hablaros de mi amor por la última vez: si sois la reina, mi lealtad, mi deber, me obligan á sufrir, á callar, á guardar para solo este amor que yo no he buscado... y luego, ¡al veros de otro hombre!... ¡casada!... ¡oh, Dios mío!... ¿Pero es posible que me améis de tal modo?...

Entró en el jardín por una abertura de la cerca, se aproximó a una pequeña ventana, golpeó en ella misteriosamente y dijo con la voz pegada a los vidrios: ¡Catalina! ¡Catalina! Abrióse la puerta. ¿Sois vos, Marta? dijo la mujer del guardabosque, sorprendida ¡Dios mío! ¡y todavía es de noche! ¿Qué es lo que os pasa? Apresuraos, venid pronto; tengo que hablaros en seguida balbuceó el aya.

Pues, señora, dijo Florela, ahí está, y por vos pide, aquel señor familiar que anoche vino, y dice que de graves asuntos tiene necesidad de hablaros. Pues que allá voy dile, respondió doña Guiomar. Y como Florela se fuese, continuó: Cosa es la Inquisición a que no puede cerrarse la puerta ni obligar a espera.

EL ALCAIDE DE LA CÁRCEL, con barba y bastón. Una mujer está aquí Que quiere hablaros. Dejadme, 300 Fulgencio, si sois servido. Á veros vendré á la tarde. Llegó á la puerta cubierta; Pedíle que se destape, Y dijo que no quería. 305 Parecióme de buen talle Y cosa segura; en fin, Gustó de que la acompañe Á vuestro aposento.

Un mes después de mi memorable aventura había perdido todas mis esperanzas, toda mi tranquilidad y con ayuda del hastío llegué a una sombría tristeza. Entonces fue cuando el cura se indispuso con mi tía y cuando ésta le echó de casa. Sentada bajo la ventana del jardín, pude escuchar la siguiente conversación: Señora dijo el cura, vengo a hablaros de Reina. ¿Sobre? La niña se aburre, señora.

19 Mas contradiciendo los judíos, fui forzado a apelar a César; no que tenga de qué acusar a mi nación. 20 Así que, por esta causa, os he llamado para veros y hablaros; porque por la esperanza de Israel estoy rodeado de esta cadena.

ABIND. Sola esta vez quisiera, Dulce Señora mía, Hacerme lenguas para hablaros tanto, Que del alma se viera La pena y la porfía; Mas salga por los ojos, vuelta en llanto. De que viva me espanto Tan desdichada vida, Si ha de quedar en calma Apartándose el alma De aquellos brazos donde estaba asida.