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Dentro como fuera, reinaba una obscuridad grande, pero los enfermos sentidos del viejo loco creyeron ver a la señora Chermidy arrodillada al pie de su cama, con la cabeza hundida entre las manos y abriendo a la oración sus bellos labios rosados. Para llamarle la atención golpeó dulcemente el cristal, pero nadie le contestó.

Dio dos o tres vueltas alrededor de su cuarto caminando muy de prisa; después se detuvo, golpeó el suelo con el pie jurando. ¡Eh, bien! Tanto peor exclamó. ¡Tanto peor para ella! Soy libre y hago lo que me place. Conocía yo todos los matices del espíritu de Oliverio; era raro que el despecho llegara en él hasta la exasperación de la cólera.

Yo me encargo de mandarlo a su tribu de un puntapié dijo el viejo marino . No me asusta el chuzo que lleva en la mano, capitán Stael. Veamos antes, señor salvaje dijo el Capitán, avanzando hacia él , qué es lo que pretendes. El australiano, que se mantenía inmóvil empuñando su chuzo, al ver al Capitán acercarse, se golpeó con la mano izquierda el vientre, que resonó como un tambor.

Pero contigo, no... Nos conocemos demasiado: es imposible. Miguel habló con un tono de despecho y tristeza. No te intereso: bien lo veo. Alicia volvió á reir tan expansivamente, que golpeó con una de sus manos las dos manos juntas del príncipe. ¡Tonto!... ¿Crees de verdad que no me interesas? Si me fueras indiferente, ¿te habría buscado en otro tiempo?... ¿estaría aquí ahora contigo?

Cuando hubo transcurrido más de una hora sin que nadie llegase, Ramiro emprendió a su vez el escalamiento. La ventana estaba entreabierta. Descorrió el tapiz. Densa obscuridad llenaba la primera habitación. Voleó una pierna y luego la otra. Su broquel golpeó los azulejos. Comenzó a avanzar, en dirección a la cuadra del baño, hurgoneando la sombra con el estoque.

Al sentirla bajo su voluntad como un tapiz que se puede arrollar o desarrollar, con el pie, según el antojo, Ramiro hallose otra vez dueño de mismo; y su propio gesto victorioso despertó en su ánimo instintos de crueldad. Golpeó y estrujó a su amada más de una vez para arrancarla el secreto de la conspiración.

Esperaré que estéis vestida; pero os lo ruego, respondedme. El silencio más completo siguió reinando en su derredor. Una rara ansiedad lo dominó... Llamó al aya en alta voz y golpeó con el puño contra la puerta; pero fué en vano, el cuarto permaneció silencioso como una tumba.

Cayó en la habitación el manto de la noche sin estrellas ni luna, y el listón desprendido de la cornisa golpeó en el cristal con lento soniquete.... En el palacio de Luzmela anidaban el dolor y la zozobra, en ayuntamiento infeliz.

Acabaréis de una vez gritó la señora de Bruinsteen . Ya habéis dicho vuestra última palabra en Orsdael. Vamos, ¿queréis marcharos? ¿ o no? Y como Marta siguiera de rodillas y llorara tendiéndole los brazos, se puso de pie violentamente, la empujó rabiosa y le dió como adiós un golpe tan violento, que la pobre Marta se golpeó contra la pared y permaneció un instante aturdida.

Lo único que puede ver, con un relieve y un agrandamiento exagerados, como si estuviese junto á sus ojos, es una mano: una mano que se agarra á su pecho y sube hacia su rostro que nadie golpeó jamás. La indignación le hace salir de su huraño ensimismamiento. ¡A él! ¡Una bofetada al príncipe Lubimoff!...