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Vendré por aquí... No se mueva usted de esta casa. Yo le daré algo para que se mantenga y pague el alquiler...». Relimpio tembló con sudor frío. «Por mi hijo y por usted consiento en ser Isidora algunos ratitos. Conque... abur, abuelo...». Corrió hacia la puerta, y hallando que no estaba la llave en ella, como de costumbre, retrocedió para buscarla.

Fortunata dijo con mucha calma y frialdad que no se llevaba el dinero y que sólo tomaría los réditos. «¿Cómo voy a colocarlo yo? Téngalo usted; yo guardo el recibo y vendré todos los trimestres a recoger el premio». Doña Lupe abrió tanta boca, que por poco se le entra una mosca en ella.

He venido a tu lado por breves instantes, como un espectro, y dentro de un momento vendré de nuevo, entonces a unirme contigo para toda la vida. ELSA. ¡Un momento más! ENRIQUE. Me llaman. Parecen muy inquietos. Acudo. ¡Adiós, amor mío! ELSA. ¡No, hasta la vista! Enrique, amado mío, te espero. ¡Dime algo más... una sola palabra! ¡Enrique! Quizá no haya sido sino fruto de mi imaginación. Es posible.

El caballero no ha subido esta noche con ella... Si milord quiere escribirla, yo puedo entregar la carta. otro dollar á aquel complaciente criado y volví á entrar en la sala donde Pector y Raleigh estaban saboreando sus licores nacionales. Y bien ¿qué hay? preguntó el banquero. Decididamente tenía usted razón. Vendré mañana.

38 Le respondió Jesús: ¿Tu alma pondrás por ? 1 No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en . 3 Y si me fuere, y os aparejare el lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis. 6 Jesús le dice: YO SOY el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por .

; que vaya á cumplir mi oficio cuanto antes. No, no es eso; que viniérais con vuestro amigo. Vendré; y adiós, señora. Adiós. Quevedo salió pensativo y cabizbajo murmurando: ¡Pobre Dorotea! ¡ella también le ama con todo su corazón!

Pero Ricardo insistió en sus signos negativos y dijo al fin: Vendré á visitarla cuando viva en otra casa y esté presente su esposo. Ahora no puedo. Y se alejó sin volver el rostro, mientras ella iba pasando de la sorpresa á la cólera, cerrando finalmente su ventana con violencia.

Sólo entonces, y si acertamos a dar con el verdadero y legítimo Preste Juan, que tantos han buscado en balde hasta ahora, yo le rendiré, le cautivaré, me sentaré en su trono y vendré a ser la Papisa Juana del Oriente. Teletusa, Tiburcio y los dos jaques, holgaron mucho de oír este razonamiento; le aplaudieron y le celebraron con risas estrepitosas.

Lea sonreía, pero la risa temblaba en sus labios, y si Sorege hubiera levantado los párpados no le hubiera gustado la sonrisa de aquella mujer. Pero acaso la veía, pues tenía el tal extrañas facultades. Muy bien, amiga mía, dijo; veo que te vas calmando y haces bien. He venido ahora para hablarte de los encuentros á que estás expuesta. Esta noche vendré sin objeto aparente.

¡Alberto!... ¡Pequeño mío!... Soy yo, tu abuela; ¿no me conoces?... Vendré á verte todas las noches.... ¡todas las noches! En la representación siguiente lloró menos. A la salida, habló con el hombre de la puerta con cierta familiaridad, como si ella también fuese de la casa. ¿Ha visto usted qué bien «trabaja» mi nieto?...