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Soledad y María-Manuela sin duda se habían vuelto á casa. Pero antes de retirarse á la suya quiso dar un vistazo por el café Suizo. Un vago presentimiento le animaba á ello. Sabía que Antonio era parroquiano y solía llevar con él á María-Manuela. En cuanto abrió la puerta y puso el pie dentro la vió. Estaba sentada cerca del mostrador con su amiga María y otra mujer, Antonio y otro hombre.

¡Oh! no, señora, no prosiga usted... es suficiente con lo que me ha dicho... Me conmueve su interés hacia y los sentimientos que lo han inspirado... mas comprenderá que, cuestión tan grave como la que tratamos, no puede resolverse en un momento de enternecimiento... Permítame que medite sobre estos puntos con la calma que es de razón... Mi trabajo está ya terminado... aún puedo disponer de algunos días... Mi intención, que puede usted comunicar a su amiga, es consagrarlos a hacer un corto viaje al extranjero... una excursión a Suiza... Insisto más que nunca ahora en mi resolución, porque tengo necesidad de la ausencia para fijar mis ideas... Pienso partir mañana...

Rafael contemplaba con asombro a su amiga. ¡Qué guapa estaba!... ¡Cualquiera podía adivinar en ella a la artista de inmenso renombre! Parecía una hortelana, vestida de fresco percal, como anunciando la primavera; al cuello un pañolito rojo y la rubia cabellera al descubierto, peinada con artístico descuido, anudada rápidamente sobre la nuca. Ni una joya, ni una flor.

Y se acordó de misia Petronila Barrientos, una viuda sin hijos, riquísima, que la visitaba con frecuencia, y en cada visita la repetía sus ofrecimientos de buena vecina y antigua amiga. Casildita, ya sabe que estoy a sus órdenes; mándeme en cuanto pueda serle útil. Ocúpeme con toda confianza, Casildita. A la vuelta vivía, en una casa muy hermosa, de su propiedad...

Tambien habia muchos Guatataes, Que es gente muy amiga de cristianos, Y otros que se llaman Mogolaes, Que viven en esteras por los llanos; Aquestos, y tambien Coñamequaes, Est

Inmenso fue el asombro del Vizconde cuando reconoció en aquella dama a su excelente amiga Rafaela la generosa, bellísima como en el Retiro de Camoens, elegantísima y no menos bella que en Río de Janeiro, pero perfeccionada, refinada y elevada a un grado supremo de cultura, gracias a los muchos años que en la sabia escuela de París había cursado.

Jacobo abrió la boca para replicar, pero el pañuelo a cuadros azules y amarillos, con algunos vivitos verdes, salió a relucir, y el padre Cifuentes añadió que creía, tenía entendido, le parecía probable que la señora marquesa de Sabadell estaba a punto de salir de Biarritz, y que en el caso de no encontrarla, lo más prudente y oportuno para el señor marqués sería dirigirse a la señora marquesa de Villasis, persona muy su amiga, de grandes luces y mayores virtudes, para la cual se brindaba a darle una carta suplicándole que las tomase ella en el asunto.

Aturdida, la marquesa no contestaba, en efecto, porque ninguna respuesta tenía aquella lógica observación, tan oportuna e inesperada. La Villasis, compadecida de la angustia de su amiga, acudió al punto en su auxilio.

Mi comandante, dígale usted a señá Rosa Mística que traslade su amiga al fuerte de usted cuando tenga cañones de veinticuatro, para que estén bien guardadas las niñas de las asechanzas del demonio, que se meten en guitarras destempladas. Me voy, porque don Federico no viene; estoy para que está vacunando a todo el lugar, inclusos señá Mística, el maestro de escuela y el alcalde.

Sobre su pecho destelló, al reflejo solar, el latón de un crucifijo que el Padre Arrigoitia le había puesto entre las manos. Bien rezarían el jesuita y la amiga cosa de una hora; pero al cabo de ese tiempo se levantó el Padre, manifestando que para volver a velarla, necesitaba ir a su casa y despachar algunos urgentes asuntos que le reclamaban.