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Aun sobre estas frutas de sartén filosofaba Teletusa con agudeza y con gracia exclamando: Nadie me quitará de la cabeza, que la materia prima es única, sin que sean menester elementos distintos para producir las mil distintas cosas que llenan y enriquecen el universo.

Atraída donna Olimpia por la trascendente fama del esplendor y de la riqueza de esta capital, ha venido a ella, hará dos semanas, en compañía de su amiga y en cierto modo discípula, la de Cádiz, a quien ha dado el nombre que ya te he dicho de Teletusa. Porque es de saber, que la tal donna Olimpia, lejos de ser una hembra adocenada, tiene portentoso ingenio y despunta por su mucha doctrina.

Yo creo que le produjeron las trompetas mágicas, pero tal vez la intención de los derviches no fue en tu daño. Y por lo tocante a donna Olimpia y a Teletusa nada tenemos que reclamar. No ha habido rapto. Ni la violencia ni la astucia han sido parte en su fuga. Ellas nos han abandonado en el pleno uso y ejercicio del libre albedrío. De nadie, pues, ni de ellas mismas, podemos quejarnos.

Para satisfacer la curiosidad natural de Morsamor y de Tiburcio, donna Olimpia, en presencia de Teletusa y del doncel, no tardó en contar a grandes rasgos sus aventuras. Y como donna Olimpia era tan latina y tan abastada de erudición clásica, empezó diciendo como el Eneas de Virgilio: ¡In fandum, Morsamor, jubes renovare dolorem!

Lo propio digo de mi persona. Yo quiero hacer de suerte que no me conozcan sólo por el amigo de Teletusa, sino que me celebren por mis audaces y dichosas empresas como Tiburcio de Simahonda. No he de negarte yo, porque quiero ser franco, que nuestro propósito es difícil de realizar.

Teletusa que tenía a Morsamor de la mano, le dijo entonces con voz dulce y sumisa: Quedaos aquí, señor Morsamor, que pronto vendrá quien os alegre y se alegre de veros. Y dicho esto, sin que hubiese vagar para contestación o pregunta, desaparecieron Teletusa y Tiburcio con ella, dejando a Morsamor solo.

Lee esta carta que me dejó escrita Teletusa antes de partir. Morsamor tomó la carta y leyó lo que sigue: «Mi adorado Tiburcio: La fatalidad lo quiere y lo dispone y es menester someterse a ella. En las entretelas de mi corazón llevo yo pintada tu imagen con preciosos y vivos colores que nunca han de desteñirse.

Dejó solo a Carvallo para que aguardase por un momento su vuelta y vino con Acevedo a la estancia de Teletusa. Hallábase allí vuestro amigo el señor Tiburcio, mancebo prudente y listo a maravilla. Buen doncel y consejero tenéis en él.

Mujeres hay del pueblo que, en esto de bailar y tocar las castañuelas, vencen a la Teletusa, celebrada por Marcial, en aquel epigrama que principia: Edere lascivos ad Bætica crusmata gestus. Si la mujer casada, como ya queda expuesto, es un modelo de paciencia conyugal, la soltera es casi siempre un modelo de novias.

Donna Olimpia y Tiburcio aplaudieron a Teletusa. Y Morsamor, algo pensativo aún y no muy conforme con que todo aquello se aviniese bien con su papel de héroe, empezó a rendirse y a contagiarse del regocijo harto profano que allí reinaba. Morsamor se sintió ebrio antes de beber el vino.