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No dice la historia si los amantes descansaron lo que quedaba de noche, que no era mucho por ser verano, pero que cuando al alba fue Florela a despertar a su señora como de costumbre para que fuese a misa, encontrola ya vestida, señal de que el lecho se la había hecho enojoso, y tan hermosa con las suaves ojeras y con la melancolía que mostraba su semblante, que deidad más que mujer parecía.

Eso no, señora, contestó Florela, porque sin ser yo poderosa a evitarlo, por más que procuré resistirlo, cogiome el sueño, y de tal manera, que bien puedo jurar que ni aun entre sueños he oído nada.

Y advertir de lo que pasaba a Florela, era llevar más el espanto y la perturbación a aquella casa, y mostrarse cobarde huyendo el bulto al peligro, después de haberse mostrado veleidoso, cuando no libertino, mal apreciador y temerario de la valía de doña Guiomar; pues permanecer en aquella casa a cuya dueña había entregado al dolor y a la desesperación, también era cosa recia.

Anda, anda, Florela, y dile que ya puede salir sin temor, y sácale misma por el postigo del huerto antes de que venga el día más claro, y que Dios le ayude, y a El plegue que no vuelva, que estoy sintiendo barruntos de que no le he conocido sino para mi desdicha.

Florela, que por haber hallado con otra mujer joven y bella a Cervantes, no sabía qué hacerse, poseída de un miedo súbito, echose fuera de la puerta del bodegón al ver que Cervantes se levantaba y para ella se iba, y diose a correr, y doblando una próxima esquina, metiose por la callejuela a que daban las tapias del jardín de la casa de su señora, y llegó al postigo por donde había salido, y del cual tenía llave, y entró, y no se creyó segura hasta que tornó a cerrar, poniendo aquel reparo entre ella y Cervantes, que la había perseguido.

¡Válgate Dios por sueño, Florela! exclamó doña Guiomar toda encendida y confusa, por las imaginaciones en que a causa de su sueño podía dar su criada; ¿y para qué había yo de haberte mandado que detrás de las cortinas te sentaras, sino para que fueras testimonio a ti misma de lo honesto de mi conversación con ese hidalgo?

Volvió a poco Florela toda sobresaltada, diciendo: ¡Ay, señora, que ese hombre no parece, ni han quedado de él más señales que si se hubiese deshecho en aire!

Pues, señora, dijo Florela, ahí está, y por vos pide, aquel señor familiar que anoche vino, y dice que de graves asuntos tiene necesidad de hablaros. Pues que allá voy dile, respondió doña Guiomar. Y como Florela se fuese, continuó: Cosa es la Inquisición a que no puede cerrarse la puerta ni obligar a espera.

Por imposible debéis tenerla, dijo llorando y acongojada Florela; y no es vuestra la desventura, que así os hiere a vos como a mi señora, sino de mi señora, que para ser desventurada ha nacido, y tan sin merecerlo, que en ella la hermosura, con ser tan grande, es lo menos, y más la hermosura es de su alma; que Dios ha hecho para la nobleza, para la honestidad y para la virtud.

Así pues, vino en lo que doña Guiomar quería sin quererlo, más por miramiento a su recato que por voluntad, y habiendo ella llamado a Florela, él se fue con ella, dejando a doña Guiomar confusa y sobresaltada con aquella aventura, que tan sin esperarlo ella la había llevado la ventura de sus amores, o tal vez el principio de otras más grandes y más dolorosas desventuras.