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Pero mi mujer está triste, señora maga, porque se ve tan mal vestida, y quiere que su señoría me poder para tenerla con traje de señora. El camarón se echó a reír, y estuvo riendo un rato, y luego dijo a Loppi: «Vuélvete a casa, leñador, que tu mujer tendrá lo que desea

Gran cariño les inspiraba Clarita; pero al tenerla á su lado la condenaban á ser pobre como ellas para toda la vida. Consideraban á don Elías como persona de posición y carácter, y no dudaron, por lo tanto, en dejarle la niña. Permaneció, sin embargo, en Sahagún hasta 1812, época en que el realista dejó las armas y se retiró á Madrid.

Aunque los demas puestos no igualan á los Camarones por el beneficio de la leña, á poco que trabajen los pobladores conseguirán el tenerla abundante por la fertilidad del terreno.

Tuve un momento de alegría contestando «» a mi compañero de soledad. Era un muchacho de mi edad poco más o menos, pero de complexión débil, rubio, delgado, con hermosos ojos azules de dulce mirar, la tez pálida y delicada, como suelen tenerla los niños criados en las ciudades.

Cada día estoy más satisfecho de tenerla en mi casa manifestó al cabo con su antigua superioridad. Y si continúa portándose tan bien como hasta aquí, es casi seguro que al fin me casaré con ella... Avergonzado de su baladronada, pronunció las últimas palabras rápida y confusamente.

Las amigas, en el balcón; Concha, la hermana, coqueteando con Roberto; y ellos dentro, buscando la soledad y la discreta penumbra.... ¡Dios mío! ¡Qué cosas le diría aquel bruto de las dos estrellas, para tenerla tan embobada lejos del balcón, a pesar de la música y de lo animada que estaba la plaza...!

No quería más que tenerla a su lado las últimas horas de la noche, darle algo del postre que sobrase y dormir con ella. ¡Aquélla que sería Nochebuena! La pobrecita no lloraba nunca y era difícil que la descubriese. Además, no habían de ir a registrarle el cuarto.

La hipocresía de doña Camila llegaba hasta el punto de tenerla en el temperamento, pues siendo su aspecto el de una estatua anafrodita, el de un ser sin sexo, su pasión principal era la lujuria, satisfecha a la inglesa: una lujuria que pudiera llamarse metodista si no fuera una profanación.

-Pues, a tenerla yo aquí, desgraciado yo, ¿qué nos faltaba? -respondió don Quijote-. Mas yo te juro, Sancho Panza, a fe de caballero andante, que antes que pasen dos días, si la fortuna no ordena otra cosa, la tengo de tener en mi poder, o mal me han de andar las manos. -Pues, ¿en cuántos le parece a vuestra merced que podremos mover los pies? -replicó Sancho Panza.

Hasta mañana»; y le besó la mano, pues la cara era imposible por tenerla toda untada de caramelo. Adiós, rico dijo Rafaela pellizcándole los dedos de un pie que asomaban por las claraboyas del calzado. Y salieron. Izquierdo, que aunque se tenía por caballería, preciábase de ser caballero, salió a despedirlas a la puerta de la calle, con el pequeño en brazos.