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Pues sin ventura le llamáis, contestó con la voz triste Margarita, mirando con sus ojos serenos a doña Guiomar, noticias debéis tener seguras de sus desdichas.

Concediósela doña Guiomar, pero con el prosupuesto que cuando prendiese al barbero volviese, que ella le aguardaría, que tenía que decirle.

Inclinose con gran acatamiento cuando hubo llegado a la mampara, y luego esta se abrió y se cerró, desapareciendo el familiar, con lo cual doña Guiomar se volvió presurosa, y sin miedo a los duendes, por la milagrosa medalla que llevaba al cuello, a su retrete, donde, como se ha dicho, y en un cuarto que a él daba, había dejado encerrado al su desconocido amante, que la tenía tan sin vida.

Levantose doña Guiomar como manifestando con la acción añadida a la palabra que el familiar sería muy discreto si se iba cuanto antes, y el pobre hombre, mirando con ansia y todo aturdido a doña Guiomar, besola las manos y fuese, llegando hasta la puerta de espaldas, por no volverlas a doña Guiomar, no se sabe si por verla algún tiempo más, o por respeto.

Callose en diciendo esto doña Guiomar, y quedose tan tranquila y tan conforme en la apariencia, que Florela, aunque no era lerda, se engañó y creyó que a su ama la iba muy poco en la infidelidad de su amante, y alegrose, porque la fiel muchacha amaba grandemente a su señora.

A lo cual respondió Florela suspirando: Cosa es el amor, señora, que no ha menester más que un punto para rendir a su imperio un alma; y tanto más, cuanto más esta alma está anegada en tristezas, y huérfana de dulces afectos. Calla, Florela, dijo doña Guiomar enjugando sus lágrimas, que me parece que alguien viene.

Atónito quedó Andrés viendo el amor que le mostraban, y en breves razones doña Guiomar contó la pérdida de su hija y su hallazgo, con las certísimas señas que la gitana vieja había dado de su hurto; con que acabó don Juan de quedar atónito y suspenso, pero alegre sobre todo encarecimiento: abrazó a sus suegros; llamólos padres y señores suyos; besó las manos a Preciosa, que con lágrimas le pedía las suyas.

Llegó deste modo, sin ser visto de nadie, sino de los que le traían, en casa del Corregidor, y con silencio y recento le entraron en un aposento donde estaban solamente doña Guiomar, el Corregidor, Preciosa y otros dos criados de casa.

Quiso saber también quién iba en el coche, y adónde, y el dinero que llevaban; y uno de los de a caballo dijo: -Mi señora doña Guiomar de Quiñones, mujer del regente de la Vicaría de Nápoles, con una hija pequeña, una doncella y una dueña, son las que van en el coche; acompañámosla seis criados, y los dineros son seiscientos escudos.

Pues, señora, dijo Florela, ahí está, y por vos pide, aquel señor familiar que anoche vino, y dice que de graves asuntos tiene necesidad de hablaros. Pues que allá voy dile, respondió doña Guiomar. Y como Florela se fuese, continuó: Cosa es la Inquisición a que no puede cerrarse la puerta ni obligar a espera.