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La Princesa y sus amigas se encontraron de súbito detrás de una masa de verdura, al lado de la taza de topacio. Todo se cumplió como el ermitaño había dicho. Las tres estaban enamoradas; las tres eran castísimas o inocentes. Ni siquiera en el punto comprometido de dar el regalado y apretado beso sintieron más que una profunda conmoción toda mística y pura.

Se encuentra de nuevo en la lucha de las aguas que chocan, pero avanza lentamente, sin embargo, para llegar bien pronto bajo la masa del arroyo que se despeña; entonces, como animada de un súbito arranque de la voluntad, se sumerge en el pequeño abismo, dando una serie de piruetas.

En ella , porque sabía que su Luz vivía, porque la había estado amando durante tantos años; pero en su Luz, a quien se le revelase de repente que tenía madre en Madrid, ¿qué cariño súbito, qué ternura podía esperar? Esto, al menos, pensaba la señora Condesa. Y sobre todo, por lo mismo que amaba a su hija, tenía vergüenza, le causaba sonrojo la idea sólo de presentarse a ella.

Súbito la campiña se ilumina, brillan las aguas del río, tiemblan los árboles y los maizales: todo parece un espejo donde se repiten hasta el infinito sus imágenes. Nolo y Demetria se estremecen y piensan con terror en que están ya cerca de Langreo. Pero no; la luna los mira un instante y se oculta en seguida detrás de negros nubarrones ¡Huíd, huíd, hijos míos, que por tampoco quedará!

Mirolas Isidora con codicia, alargó su mano hacia la mano de Augusto... De repente se contuvo diciendo: «No; todavía soy noble. ¿En qué consiste tu nobleza? En que no recibo limosna... Pero por ser de ti...». Vacilaba, mirando alternativamente al rostro y la mano de Miquis. De súbito lanzó una exclamación no muy delicada y dijo: «¿Sabes?..., ya se me ha ido la delicadeza. Venga el dinero».

Caminaban por una senda estrecha abierta entre los maizales. El teólogo iba delante y el P. Gil detrás. Súbito aquél paró en firme el paso y la lengua. Al doblar un recodo se encontró de frente con el hijo de Cosme, que traía colgado a la espalda un cesto mediado de anguilas. Verlo el teólogo y arrojarse sobre él sin conmiseración fue todo uno.

Bonis tenía miedo de ponerse malo con tanto desbarrar, y, sobre todo, porque se le empezaban a aflojar las piernas, síntoma fatal de todos sus desfallecimientos. Cesó la música, calló la voz, estallaron los aplausos, y Bonis cambió de súbito de ideas y sensaciones y de sentimientos. Volvió a la realidad, y se vio cogido del brazo por Mochi, que se le llevó, salón adelante, hacia el piano.

Dado su temperamento, no se hubieran pasado muchos minutos en echar a rodar todos los miramientos y largarse bruscamente. Alas al oir el nombre de Pepe Castro levantó la cabeza vivamente y se puso a escuchar con ávida atención. La reticencia de Ramoncito la puso súbito pálida.

Palidez mortal cubrió su rostro. A los pocos instantes cayó como herido del rayo. Y sin duda hubiera dado en tierra de golpe, si el Padre Ambrosio y el hermano Tiburcio, apercibidos ya para el caso, no le hubiesen sostenido. Todo el cuerpo de Fray Miguel, adquirió de súbito una rigidez más que cadavérica. No parecía ya de carne sino de madera o de barro.

Súbito, con movimiento imprevisto, la joven devota sacó los brazos desnudos de la cama y se los echó al cuello, atrajo su rostro hacia el de ella con inusitada fuerza y le dio un beso prolongado, frenético, en los labios, y después otro y otro. El sacerdote forcejeó en vano por desasirse.