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La escena es, ya en Bengala, ya en las islas Canarias, ya en España. En El prodigio de Etiopía se apodera un moro, por astucia, de la hija del Rey de Egipto, haciéndose pasar por su amante; huye con ella, se convierte en salteador, comete los mayores crímenes y muere al fin ermitaño y mártir.

Primero obtuve de ella la promesa de guardar el más absoluto silencio sobre lo que le revelase, y luego le referí nuestra visita a la celda del ermitaño, el recibimiento que nos había hecho fray Antonio y nuestros descubrimientos.

Hay otra comedia, muy superior á ésta, del mismo autor, Los desdichados dichosos, en la cual, con el arte profundo de Calderón, y á la manera de éste, se dramatiza la leyenda de la fundación del monasterio de Montserrat, que se refiere en el libro antiguo popular: Historia de Nuestra Señora de Montserrat y condes de Barcelona, con los sucesos de la infanta Ritilda y el ermitaño Fr. Juan Guarín.

Comió y bebió el ermitaño con tan buen humor como el dia ántes; y dirigiéndose luego al criado viejo que no quitaba la vista de uno y otro porque no hurtaran nada, y que les daba priesa para que se fuesen, le dió las dos monedas de oro que habia recibido aquella mañana, y agradeciéndole su cortesía, añadió: Ruégoos que me permitais hablar con vuestro amo.

Nadie había que las guiase, así por lo fragoso del sitio, ni de los cabrerizos frecuentado, como por el temor que inspiraba la maldición del ermitaño, pronto a echarla a quien invadía su dominio temporal, o a quien le perturbaba en sus oraciones. Ya se entiende que este ermitaño, tan maldiciente, era pagano.

Acabada la lectura, se quitó el ermitaño los espejuelos, y dijo con voz reposada: No es justo, ni conveniente, ni posible ¡oh Princesa Venturosa! que sepas todo lo que en esta abominable carta se encierra. No es justo ni conveniente, porque hay en ella tremebundos y endemoniados misterios.

Ve, pues, al ermitaño, y le expone su deseo; pero el solemne silencio del desierto, y las fervientes exhortaciones del asceta, hacen en ella tal impresión, que determina renunciar también al mundo, y consagrar su vida á la devoción en la soledad. Este caminante es el Demonio, que prepara sus asechanzas contra los dos ermitaños.

En El ermitaño galán se nos transporta á los tiempos primitivos del cristianismo. Abraham, mancebo egipcio de ilustre nacimiento, es el prometido de la bella Lucrecia, y piensa casarse con ella, cuando oye de repente una voz interior, que le dice que su apasionado amor á su futura esposa pervertirá su alma, alejándola de la senda de la salvación.

Todavía no atinaba Zadig si iba con el mas loco ó con el mas cuerdo de los hombres; pero tanto era el dominio que se habia grangeado en su ánimo el ermitaño, que obligado tambien por su juramento no pudo ménos de seguirle. Aquella tarde llegáron á una casa aseada, pero sencilla, y donde nada respiraba prodigalidad ni parsimonia.

Añade que Rustana, la encantadora, ha fenecido, como el ermitaño, en la expiación y el arrepentimiento; que sus almas yacen en la mansión de los bienaventurados, y que, por mandato de Dios, le presenta sus cadáveres para que su vista le infunda el amor á la virtud y el desprecio de los goces mundanos.