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Decían que había matado a Demetria, su segunda mujer, y cometido otros nefandos crímenes, violencias y atropellos. Todo era falso. Hay que declarar que parte de su mala reputación la debía a sus fanfarronadas y a toda aquella humareda revolucionaria que tenía en la cabeza.

Retírese usted... muchas gracias... adiós se apresuró á decir ella. El criado cerró la puerta. Demetria avanzó por el portal y salió á la calle, pasando por delante de Nolo sin dirigirle la palabra.

Es verdad... Pues has llorado... Algo te pasó entonces en la calle... Cuéntamelo, hija mía... ¿No tienes confianza en tu madre? Y al mismo tiempo le pasó los brazos al cuello y la besó con efusión. Demetria se sintió enternecida y rompió á llorar perdidamente. Felicia quedó estupefacta. ¿Cómo? ¿Qué es esto?... ¿Qué te pasa, hija querida?

Llegaron por fin á las primeras casas de Canzana. ¡Cómo le latía el corazón á Demetria! Se acercaron á la del tío Goro.

Á tal punto rivalizaban ambos cónyuges en agasajar á su hija. Demetria se volvió á la cocina, que ocupaba toda la planta baja de la casa. Sólo en un ángulo habían fabricado con tabiques de tabla un cuartito para el pastor. En otro de los ángulos había un gran montón, que llegaba al techo, de leña.

Demetria se dirigió en silencio al sitio de las herradas, tomó una y fué hacia la puerta. Pero antes de llegar se volvió, acercóse á Felicia que seguía sollozando, separó sus manos del rostro y estampó en él un largo y nuevo beso. ¿Llegaría por casualidad aquel beso al corazón? , ; no hay duda que llegó. D.ª Beatriz tuvo noticia de ello en seguida.

Trascurrieron algunos días. Lo mismo el tío Goro que la tía Felicia sintieron gran indignación cuando observaron que el mozo no parecía y se hicieron cargo de que renunciaba al matrimonio proyectado. El tío Goro quiso ir á la Braña á pedirle explicaciones, pero Demetria se mostró tan contraria á este paso y le rogó con tanto calor para que desistiese de él que su padre no se atrevió á ejecutarlo.

Felicia se calmó; pero Demetria se quedó sin obtener respuesta satisfactoria á su pregunta. Anda, hija mía, á lavarte los ojos para que no conozcan que has llorado. Yo voy á hacer lo mismo. Arréglate también, que el tiempo pasa y habrá que vestir el ramo. Tu padre ya bajó á Entralgo... ¿Quién le quita á él su rato de tertulia en el atrio de la iglesia antes de entrar en misa?

Sin embargo, Demetria, que había oído rumor de conversación, bajaba ya la escalera. Al ver una señora se detuvo sorprendida. Hubo unos momentos de silencio. Aquellas tres personas se miraron sin despegar los labios. Al cabo Felicia con voz temblorosa dijo: Demetria, acércate... Esta señora viene á buscarte... Lo que te han dicho era la verdad... Aquí tienes á tu madre; yo no lo soy...

La miró con fijeza y profirió asustada: ¡ has llorado! Llorar, ¿por qué? Felicia la tomó por la mano, la condujo hasta el corredor y repitió con más fuerza: , : has llorado. No, madre, no: se engaña usted respondió Demetria sonriendo. No me lo niegues, hija. ¿Te ha regañado tu padre? ¿Mi padre? replicó la zagala con asombro. Mi padre no me regaña nunca.