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Á menos que el capitán hiciese una salida temeraria, no lograría el enemigo apoderarse de ella. Si no le molestase... volvió á decir Flora. No, no me molestas respondió con dulzura y sonriendo el capitán. Regalado se va ahora mismo á Langreo. ¿Le envía usted allá? El capitán se puso serio repentinamente.

Yo lloro mucho, pero es cuando estoy en mi cuarto, porque si lo hago delante de ellas se ríen más y se alegran. Pero lo que más siento todavía no es esto, sino que la directora me tiene prohibido escribir á ustedes. Esta carta la empecé ya más de una docena de veces y la escribo á escondidas. Luego la mandaré al correo por una criada que es de Langreo y se ha hecho muy amiga mía.

Deseaban que aquellos tesoros subterráneos saliesen pronto á luz; estaban ávidos de que en la Pola, capital del concejo y partido judicial, se introdujesen reformas y mejoras que la hiciesen competir dignamente con Sama, capital del vecino concejo de Langreo. En Sama se encendían por las noches faroles de petróleo para alumbrar á los transeuntes. En la Pola ni soñarlo siquiera.

Pero ¿qué decir de lo que pasa en Langreo, donde por un pique cualquiera echan mano á la navaja barbera, cuando no sacan esas pistolas de seis tiros como la que trajo de Oviedo el señor capitán? El que saca una navaja no es mozo leal ni regular. No se degüella á los hombres como á las reses repuso el tío Goro con la profundidad que le caracterizaba.

La primera, según se viene de la mar por los valles de Langreo y San Martín del Rey Aurelio, es Tiraña, la segunda la Pola, capital y sede del Ayuntamiento; enfrente de ésta Carrio, más allá Entralgo y detrás de él, en los montes limítrofes de Aller, Villoria, la más numerosa de todas. Por último, en el fondo del valle, á cada orilla del río, están Lorío y Condado.

Dirigió una mirada á Canzana y estuvo por subir á despedirse del tío Goro y la tía Felicia, pero llevaba él ciertos proyectos en la cabeza... ¡Quién sabe, quién sabe! Mejor era guardarlos en el corazón. Vadeó el río, siguió hasta la Pola y pasó inadvertido como él deseaba. Entró en la carretera de Langreo y cuando llegó á Sama ya estaba el sol hacía rato sobre el horizonte.

La Aurora dejaba el lecho del bello Titón para esclarecer el frondoso valle de Laviana cuando Regalado dejó el de su esposa D.ª Robustiana, la más noble de las mujeres. Inmediatamente anuncia su propósito de marchar á Langreo, donde tiene que perseguir algunos deudores morosos de su principal.

Súbito la campiña se ilumina, brillan las aguas del río, tiemblan los árboles y los maizales: todo parece un espejo donde se repiten hasta el infinito sus imágenes. Nolo y Demetria se estremecen y piensan con terror en que están ya cerca de Langreo. Pero no; la luna los mira un instante y se oculta en seguida detrás de negros nubarrones ¡Huíd, huíd, hijos míos, que por tampoco quedará!

Inmediatamente sale á la palestra Matías, famoso tirador del valle de Langreo, deja caer la montera, toma la barra, afianza los pies, se revuelve con pausa y maestría y lanza el hierro al alto. Se clavó una cuarta más allá que la del mozo de los Barreros. ¡Hurra! gritó la muchedumbre. Pachón no se da por vencido. Toma de nuevo la barra y consigue ponerla dos pulgadas más allá que Matías.

Algo pudiera haber de todo. Lo cierto es que no iba jamás á Langreo ó á las ferias de Oviedo con ganado que no trajese en las alforjas algún pañuelo ó pendientes ó sarta de corales para su hija idolatrada. Y es lo curioso que aunque siempre compraba lo más lindo y magnífico que el comerciante le presentaba, á la tía Felicia nunca le parecía el regalo bastante rico.