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Estas caridades discretas las hacía muy a menudo Feijoo con los amigos a quienes estimaba, favoreciéndoles sin humillarles. Por supuesto, ya sabía él que aquello no era prestar, sino hacer limosna, quizás la más evangélica, la más aceptable a los ojos de Dios. Y no se dio el caso de que recordase la deuda a ninguno de los deudores, ni aun a los que luego fueron ingratos y olvidadizos.

12 Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; 13 porque si viviereis conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu mortificáis las obras del cuerpo, viviréis. 14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales son hijos de Dios. 16 Porque el mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu que somos hijos de Dios.

No, le dixo el morador de la estrella, nada de eso: no nos engañan las mugeres, porque no las hay; no hacemos excesos de glotonería, porque no comemos; ni hay deudores que quiebren, porque no tenemos plata ni oro; no nos pueden sacar los ojos, porque no se parece nuestro cuerpo al vuestro; ni los sátrapas cometen injusticias, porque todos somos iguales.

Los deudores le contestaban altivamente, alegando la miseria como un derecho para no sufrir su avaricia; sus órdenes imperiosas tardaban en ser ejecutadas, y tenía la percepción clara de que al andar por el claustro se reían a su espalda o le hacían gestos amenazadores.

Aunque, si bien se considera, así á los unos, como á los otros, solo de risa les quedamos deudores; á estos de la legítima de regocijo, i á aquellos de la bastarda del desprecioEste es el mismo escritor que, en el tomo IV, pág. 198, se llama por equivocación sólo Manuel.

Todos los que estaban anoche en la fiesta, ¡pulverizados! ¡Vírgen Santísima! Este señorito... ¡Susmariosep! exclamó Capitana Loleng; todos nuestros deudores estaban allí; ¡susmariosep! ¡Y allí cerca tenemos una finca! ¿Quién podrá ser?... Ahora lo sabrán ustedes, añadió Chichoy en voz baja, pero es menester que guarden el secreto.

Lubimoff quedó sorprendido por esta noticia. Luego fué recordando que al morir su madre había dejado una larga nota de todos los préstamos hechos por ella, y que el nombre de Alicia figuraba entre los deudores. Pero los papeles quedaron en poder de su administrador, sin que él se acordase más de este asunto. Comprendió inmediatamente el motivo de la visita de Alicia.

Asimismo había podido observar Maximiliano en su propia casa lo implacable que era su tía con los deudores, y de este conocimiento vino el inspirado juicio que formuló de esta manera: «Si me caso con Fortunata y si la suerte nos trae escaseces, antes pediremos limosna por las calles que pedir a mi tía un préstamo de dos pesetas... Mientras más amigos, más claros». Nicolás y Juan Pablo Rubín.

La Aurora dejaba el lecho del bello Titón para esclarecer el frondoso valle de Laviana cuando Regalado dejó el de su esposa D.ª Robustiana, la más noble de las mujeres. Inmediatamente anuncia su propósito de marchar á Langreo, donde tiene que perseguir algunos deudores morosos de su principal.

Los gastos son enormes, los deudores numerosos, y las operaciones que se malogran, por falta de confianza o de oportunidad, incalculables. ¡Ese Jacintito! Nunca fué un socio de consejo, y pronto dejará de ser un socio de dinero, porque el capital está ya comprometido; cada jugada de Bolsa del atolondrado joven es un golpe de azada para la casa, que descubre ya sus poco seguros cimientos.