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Las velas dieron un parchazo furioso en los palos, y alguna se rasgó; El Dragón, como asombrado, dió un bote terrible, se inclinó hasta hundir la proa en el agua, se tendió al viento y se lanzó a la carrera. ¡Hurra! ¡Hurra! gritamos todos, entusiasmados. ¡Callaos! dijo el capitán.

¡Hurra! ¡Muerte a los ingleses! gritaron los diez y nueve piratas que quedaban en estado de combatir, ennegrecidos por la pólvora y por el humo, y desnudos hasta la cintura para maniobrar con más facilidad. Y una especie de alegría feroz y delirante los exaltó.

Don Feliciano en el mismo punto se despojó con violencia del sombrero, dejando al descubierto su enorme calva en declive, lo agitó con frenesí algunos segundos, y gritó: «¡Hurrano se sabe a quién; tal vez al dios astuto que le había suministrado tan famosa idea. En aquel momento se acercaban los testigos. Al ver la escena se pararon sorprendidos.

¡Hurra por el cura! rugió D. Martín, echando el caballo y recogiendo la baza. Amigo, yo pensé que D. Martín no tendría el caballo suspiró D. Norberto, dirigiéndose a Consejero con ojos de angustia. Lo pensó usted porque es un babieca y lo ha sido toda su vida repuso éste con afectada naturalidad donde se traslucía la cólera.

Mira, Zeli, mira, ya tiene su mastelero de foques destrozado: esto promete, muchachos, esto promete; pero es cuando El Gavilán le arañe sus costados con los garfios de abordaje, cuando reirá el inglés. ¡Hurra, hurra! gritó la tripulación. La corbeta no respondió al disparo de Kernok, reparó prontamente sus averías, y se dejó ir sobre el corsario.

¡Hurra! ¡Viva el señor barón! ¡viva la señora baronesa! ¡Hurra! ¡Y un pataleo! ¡y una de gorras al aire!... Los bandidos se han vuelto locos. Entonces, pienso: «Ella verá, por lo menos, que no se ha casado con un hombre malo. Puesto que mis gentes me quieren...» Y, dispuesto a la emoción, como está uno siempre en circunstancias así, las lágrimas asoman a mis ojos.

Desafinan endiabladamente respondió Zeli. Bien pronto el humo, de negro que era, se convirtió en rojo vivo y por fin cedió el sitio a una columna de llamas, que, elevándose en torbellinos de la escotilla principal, proyectó sobre las aguas un largo reflejo de color de sangre. ¡¡Hurra!! gritaron los del brick.

Pero, pasado este primer movimiento, el natural indiferente y brutal se adueñó otra vez de ellos, y todos, en un impulso espontáneo, gritaron: ¡Hurra! ¡Viva El Gavilán y el capitán Kernok! ¡Hurra! ¡muchachos! dijo él . Y bien, ya lo veis; El Gavilán tiene el pico duro; pero ahora hay que pensar en reparar las averías. Según mi estima, debemos estar por el lado de las Azores.

Melia quiso rehusar, pero, ¿cómo resistir a su dulce amigo? ¡Vivan los camaradas y los bravos hijos del capitán de El Gavilán! dijo Kernok después de haber bebido. ¡Hurra! contestó la tripulación en voz fuerte y sonora. La orgía había llegado a su apogeo.

Pensad también que tenemos diez millones que conservar. ¡Pardiez! ¡muchachos, diez millones, o la cuerda! El efecto de esta peroración fue inmediato, y toda la tripulación gritó a la vez: ¡Hurra! ¡Muerte a los ingleses! La corbeta se hallaba entonces tan próxima que se distinguían perfectamente sus amuras y su aparejo.