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Poco á poco fueron retrocediendo por el camino que desde la casa del capitán conduce al riachuelo de Villoria. Allí se abre un campo donde los vecinos juegan á los bolos y á la barra. En este campo lucharon todavía un rato, protegidos por las sombras de la noche.

Y sin permitirse ni uno ni otro el más insignificante regalo, ni una copa de aguardiente, ni una onza de chocolate. Aquella vida de esfuerzos y privaciones tuvo al fin su recompensa. Los vecinos del llano, que disfrutaban fértiles vegas y praderas riquísimas de regadío, se dieron un día cuenta con asombro de que el tío Pacho de la Braña era el paisano más rico de Villoria.

La primera, según se viene de la mar por los valles de Langreo y San Martín del Rey Aurelio, es Tiraña, la segunda la Pola, capital y sede del Ayuntamiento; enfrente de ésta Carrio, más allá Entralgo y detrás de él, en los montes limítrofes de Aller, Villoria, la más numerosa de todas. Por último, en el fondo del valle, á cada orilla del río, están Lorío y Condado.

Ya arreglaremos eso. Y en efecto, hizo llamar al mayordomo y le dijo que aquella tarde era preciso ir á Villoria á ver un castañar que le proponían en venta. Con esto se deshizo por entonces la maquinación seductora de Regalado, quien se fué á la cocina con las orejas gachas.

Su traje no era de aldeano ni de caballero: chaqueta de pana, pantalón largo, botas altas y sombrero de fieltro: colgando por encima del chaleco una gran cadena de plata para el reloj. Llamábase Pedro Regalado. Procedía de Villoria: había ido al servicio: llegó á sargento: cuando vino hizo la corte al ama de llaves del capitán: se casó con ella: D. Félix le hizo su mayordomo.

Los de Lorío, viendo á su compañero así caído y golpeado, volaron al fin á su socorro. Mas los de Entralgo y Villoria, animados con la presencia de Nolo y su buen suceso, les salieron al encuentro. Cuando los de uno y otro bando se hubieron encontrado, sonó un formidable clamor. Los hombres chocaron con los hombres, los palos con los palos.

Y hoy, antes que le alcanzara ningún vardascazo, se echó por el castañar arriba, camino de las Llanas, para venir ahora. ¿Y cómo diste con él? Llegábamos unos cuantos amigos de correr á los de Villoria, cuando vimos un mozo saltar al camino delante de nosotros. «Así Dios me salve si aquél no es Bartolo», dije yo en seguida. Le conocí, aunque la noche no está muy clara, por lo derrengado.

Por eso nos duele mucho que desde hace una temporada no nos ayudes en las romerías y dejes que los de Lorío nos lleven por delante, y no sólo á nosotros, sino á tus mismos vecinos de Villoria y Tolivia, que en la función del Obellayo ya sabes que corrieron tanto ó más que nosotros.

Alzando su arrogante figura de atleta frente á la de aquellos gorilas los estuvo contemplando largo rato sin pestañear. Después, como su oído experto le dijera que allá en la romería había algún tumulto, hizo seña á sus compañeros y despidiéndose de Demetria se alejó con ellos atravesando el puente y dirigiéndose á Villoria por la margen izquierda del riachuelo. Ya era tiempo de que lo hiciera.

No quisieron bajar á él, porque de la fidelidad de sus campeones estaban seguros. Prosiguieron su camino por las cumbres hacia Fresnedo, que se hallaba mucho más alto. El sol descendía ya un poco del cenit cuando llegaron á él. Estaba colgado más que plantado el caserío en las estribaciones de la gran Peña-Mea. Era también extendido, aunque no tanto como Villoria.