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Acerqué el caballo a la puerta principal. ¡Cómo me río ahora de aquellas timideces mías! Cerca de la hacienda, al descubrir el caserío a través de las arboledas, me sentí tentado de volverme a Villaverde, y desde allí escribir cuatro letras, dar las gracias al señor Fernández, y renunciar al destino.

Nos acercamos al caserío. No hubo necesidad de llamar; la puerta se hallaba abierta y en el umbral se encontraban la hija del inglés en compañía de una muchacha morena, desgarbada, con los pies desnudos. La hija del capitán tenía los ojos como de haber llorado. ¡Cuánto ha tardado usted! me dijo. No he podido venir antes. Vamos a ver a mi padre.

Un día, al salir de la escuela, Carlos Ohando, el hijo de la familia rica que dejaba por limosna el caserío a la madre de Martín, señalándole con el dedo, gritó: ¡Ese! Ese es un ladrón. ¡Yo! exclamó Martín. , . El otro día te vi que estabas robando peras en mi casa. Toda tu familia es de ladrones.

Nadie la conocía en el país: habíase establecido aquel verano en un caserío muy bien acondicionado, cerca de los baños de San Juan, y veíasela a menudo desde el camino pasear por la huerta acompañando a un caballero muy gordo, al parecer idiota, que lanzaba gritos extraños y tristes risotadas, y no se movía de un carrito de que tiraba a veces un borriquillo pequeño, otras un criado, algunas, con bastante frecuencia, la misma señora.

Nueva catástrofe hizo que el caserío se fijara en las playas Panganiran: volviendo por último al primitivo sitio, pesando sobre el pueblo la eterna amenaza del vecino Mayon. Guinobatan tiene bonita iglesia y espaciosa casa parroquial, morada que fué muchos años del Padre Melendreras, inspirado poeta que ha dejado escritos no pocos versos llenos de melancolía y sentimiento.

Las casas de campo mostraban su blancura entre las masas de gris plata de los olivares. En el término opuesto del dilatado horizonte, sobre un fondo azul en el que flotaban nubes algodonadas, veíase Sevilla, con su caserío dominado por la imponente masa de la catedral, y la maravillosa Giralda, de un rosa tierno bajo la luz de la tarde.

El caserío donde habitaban los Zalacaín pertenecía a la familia de Ohando, familia la más antigua aristocrática y rica de Urbia. Vivía la madre de Martín casi de la misericordia de los Ohandos.

A la derecha de su entrada se hallan las islas de Poro y Malacimbo. Sorsogon tiene buen caserío, siendo de notar la iglesia y convento, habitado, en la época que visitamos el pueblo, por un cura indígena de notable ilustración. Entre el convento y las opulentas casas de los señores Granados y Santos, pasamos el tiempo que permanecimos en aquel pueblo, de gran movimiento mercantil.

Nada había variado: las arboledas, más copadas, conservaban la misma disposición, el mismo aspecto; el caserío de la hacienda próxima volvía ante mis ojos igual, idéntico, como una estampa admirada en la niñez, y que el mejor día, cuando menos lo esperamos, viene a recordarnos épocas dichosas.

Este niño se llama realmente Martín López de Zalacaín y será de ese caserío que está ahí cerca del portal de Francia. , señor; de ahí es. Pues conozco su historia, y López de Zalacaín ha sido y López de Zalacaín será, y si quiere usted mañana vaya usted a mi casa y le leeré a usted un papel que copié del archivo del Ayuntamiento acerca de esa cuestión.