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Los del alto nunca echamos el cuerpo fuera mientras se repartía leña y á nosotros nos ha tocado tanta ó más que á vosotros. En la romería de Lorío el año pasado molieron sobre unos mozos como si estuvieran trillando trigo. En más de una semana no pude hacer labor alguna porque estaba derrengado. Á mi primo Jacinto le dejaron en Rivota más blando que un higo.

Maripepa se había puesto colorada, porque en el fondo no le parecía mal para marido aquel joven derrengado. Bartolo dejaba escapar gruñidos de disgusto. Cuanto venía de la boca de Regalado le parecía execrable. El coro reía. No por qué se enoja la tía Jeroma repuso el mayordomo. ¿Tiene algo que decir de la novia? ¿No es limpia? ¿no es honrada? ¿no tiene manos de oro para el trabajo?

De la misma cantera proceden el derrengado y malicioso Arcediano, a quien por mal nombre llaman Glocester, el Arcipreste don Cayetano Ripamilán, el beneficiado D. Custodio, y el propio Obispo de la diócesis, orador ardiente y asceta.

Uno de ellos se levantó y derrengado, sin palo y sin montera enderezó sus pasos trabajosamente hacia la iglesia. Era el famoso Toribión, el caudillo ilustre de Lorío. Bartolo lo vió y animado de un valor intrépido saltó sobre él como un león y de un par de estacazos le hizo de nuevo medir el suelo. Ya caíste entre mis uñas, Toribión exclamó con sonrisa diabólica.

Luego, en los calcañares, me enseñó otras dos señales, y dijo que eran balas, y yo saqué por otras dos mías que tengo que habían sido sabañones. Y las balas pocas veces se andan a roer zancajos. Estaba derrengado de algún palo que le dieron porque se dormía haciendo guarda y decía que era de un astillazo.

¡Eh... chss! ¡Barquilleeeeró! gritó el capitán mostachudo, sin notar que el círculo de las grandecitas se reía de su ronquera crónica. No obstante la cual, el señor Rosendo le oyó, y se acercaba, derrengado con el peso de la caja, que depositó en el suelo delante del grupo.

Y hoy, antes que le alcanzara ningún vardascazo, se echó por el castañar arriba, camino de las Llanas, para venir ahora. ¿Y cómo diste con él? Llegábamos unos cuantos amigos de correr á los de Villoria, cuando vimos un mozo saltar al camino delante de nosotros. «Así Dios me salve si aquél no es Bartolo», dije yo en seguida. Le conocí, aunque la noche no está muy clara, por lo derrengado.

Pero Villalonga y Santa Cruz lo pasaron peor, porque el primero recibió un sablazo en el hombro que le tuvo derrengado por espacio de dos meses largos, y el segundo fue cogido junto a la esquina del Teatro Real y llevado a la prevención en una cuerda de presos, compuesta de varios estudiantes decentes y algunos pilluelos de muy mal pelaje.

Pues bien: en aquella playa, levantado por el torbellino, indudablemente á grande altura, cayó con horrorosa pesadez y fué aporreado, derrengado, dislocado, quedando en aquel sitio como un cadáver. ¿Qué se hicieron sus tripulantes? No se encontró la menor traza de ellos, creyéndose que tal vez todos habían sido barridos de sobre cubierta.

Nunca lo dijera, porque me dio dos libras de porrazos, dándome sobre los hombros con las pesas que tenía. Con esta ayuda de costa, medio derrengado, subí arriba; y en buscar por dónde asir la sotana y el manteo para quitármelos, se pasó mucho rato. Al fin, le quité y me eché en la cama y colguélo en una azutea.