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Las religiones lo emparentaban con el diablo, viendo en la riqueza una tentación. El hombre perfecto era en todos los pueblos el asceta roído por la miseria, insensible a las grandezas terrenales. Multiplicar el oro se tenía por empresa de mercaderes, relegados a las últimas capas de la sociedad.

perfectamente que todo lo que en surge de algún valor, idea o sentimiento, es obra de esa educación que su alma da a la mía desde lejos, sólo con existir y ser comprendida. Si hoy me abandonase su influencia más bien, como un asceta, debía decir su Gracia todo mi sér rodaría sin remisión a una inferioridad. Vea, pués, cómo se convirtió usted en necesaria y preciosa para .

Pero el señor Fermín, el antiguo camarada, no era de éstos. Al verle se incorporó, cayendo en sus brazos, con ese estertor de los fuertes que se ahogan sin poder llorar. ¡Ay, don Fernando!... ¡Don Fernando!... Salvatierra le consoló. Lo sabía todo. ¡Valor! Era un víctima de la corrupción social, contra la que tronaba él con sus ardores de asceta.

Creo, pues, que convendría volver a las mantillas y abandonar los sombreretes y demás primores parisinos. Yo gusto del lujo. ¿Quién no gusta del lujo como no sea un asceta o un esparciata? Pero el lujo no debe ser a expensas de la alimentación.

¡Salud, compañeros! dijo el de Trebujena al pasar ante la puerta del cortijo, arreando su borriquillo. Qué tiempo para los probes, ¿eh, Zarandilla?... Entonces fue cuando Rafael reconoció al acompañante de Manolo, viendo su rostro exangüe de asceta, su barba rala y los ojos dulces y mortecinos tras unas gafas azuladas. ¡Don Fernando! exclamó con asombro. ¡Pero si es don Fernando!...

Claro está que doña Inés, que era mística muy elevada en sus pensamientos y un tanto cuanto asceta, aunque más en lo especulativo que en lo práctico, hacía que Juanita le leyese vidas de santos y libros devotos y morales como Monte Calvario, Gracias de la gracia, Gritos del infierno, Espejo de religiosos, Casos raros de vicios y virtudes y Estragos de la lujuria.

De ser creyente, se hubiese hecho ermitaño, lego de un convento de trapenses, asceta en un desierto. Ahora comprendía la huida del mundo, el aislamiento cruel, las santas locuras de ciertos desesperados, que al ser mordidos por el dolor encuentran remedio en su ignorancia y su fe. Permaneció varios días en la cabaña de Zaratustra, complaciéndose en su suciedad, haciendo de esto una mortificación.

Me dijiste, asceta, que es triste la vida, que amor es llorar, que no mentiste cuando lo dijiste; mas dime, poeta, ¿hay algo en la vida más dulce que amar? Yo te odio, asceta, porque que sientes con sinceridad. Te amo, poeta, porque que mientes la realidad. Filósofo, Poeta, que mirais las cosas tristes de este mundo, uno, muy profundo, con ojos de asceta y otro, como rosas;

Volvió la cabeza, vio a Tablas con aires de capitán matón, armado de pistolas y cuchillo.... Entonces el hombre se sobrepuso bruscamente al asceta. Dentro de Gracián estalló una mina de indignación. No supo lo que hacía, y sus fuerzas hercúleas asumieron todas sus facultades, oscureciendo al filósofo, al místico, al clérigo, para revelar el gigante.

Además, él no era un asceta, y Berta Erckmann representaba una amistad tentadora en medio del mar. Al recordarla, veía imaginariamente un caballo de carreras grande, enjuto, rabio y de largas zancas. Era una alemana á la moderna, que no reconocía otro defecto á su país que la pesadez de sus mujeres, combatiendo en su persona este peligro nacional con toda clase de métodos alimenticios.