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Tomasa hablaba del niño del zapatero a los buenos señores del cabildo que después del coro se detenían un momento en el jardín. La oían distraídos, hundiendo su mano en la sotana. ¡Todo sea por Dios! ¡Cuánta miseria...! Y unos la daban diez céntimos, otros un real; hasta hubo quien llegó a dar una peseta.

Por la ventana, que el cura adornó con papelitos de colores imitando vidrios pintados, penetraba diagonalmente un rayo de sol, y al fondo, destacando sobre la cal amarillenta de la pared, se veía colgado de la percha un trapo largo y negro: era una sotana vieja que Tirso se dejó olvidada. Don José no pudo dominarse.

No sabía de qué hablaban, se le había ido el santo al cielo con los cortes de la sotana. La verdad es que la cuestión dijo la cuestión... merece pensarse. ¡Pues eso digo yo! gritó el otro, triunfante, y le dejó seguir andando. ¿Ven ustedes? el señor Provisor opina lo mismo que yo; dice que merece estudiarse la cuestión, que es ardua... ¡yo lo creo!

Celedonio, el acólito afeminado, alto y escuálido, con la sotana corta y sucia, venía de capilla en capilla cerrando verjas. Las llaves del manojo sonaban chocando. Llegó a la capilla del Magistral y cerró con estrépito. Después de cerrar tuvo aprensión de haber oído algo allí dentro; pegó el rostro a la verja y miró hacia el fondo de la capilla, escudriñando en la obscuridad.

La ciencia y la porquería no son enemigas declaradas: antes al contrario, parece que aquélla vive dichosa en los brazos de ésta, como lo atestiguan multitud de ejemplos. La sagrada Teología, muy especialmente, siempre ha tenido marcada predilección por la suciedad. En otro tiempo se medía la profundidad de un teólogo por la cantidad de grasa que llevaba adherida a la sotana.

Mi sotana sin reparos tiene, por ser de probecho, quatro bocas en el pecho, mas todas para alabaros. Y no es por ynportunaros al hablar en mi sotana, pues tengo por cosa llana, según es agradecida, que si os alaba rompida, mexor os alabe sana.

Como su hermana había pocas en la isla: guapa, alegre y con un buen pedazo de pan, pues el siñó Pep hablaba en todas partes de dar Can Mallorquí al yerno cuando él muriese. ¡Y el hijo que se reventase con la sotana a cuestas al otro lado del mar, sin ver más atlotas que las indias! ¡Futro!... Pero su indignación duró poco.

Mire usted el abate de las conferencias; hermosa cabeza de corsario con sus barbazas negras. Nadie adivinaría su sotana, que desde aquí no puede verse.

No ha sido mala broma, je, je.... Probecicos y da lástima verles... sobre todo este señor cura está hecho un eciomo, perdonando la comparanza, es una sopa.... Anda, anda, y cómo se le ha ponío too el melindrán este... y la sotana parece un charco.... Tenía razón Pepe. De Pas y don Víctor se miraban y se encontraban aspecto de náufragos.

Era un viejo alto y descarnado, hasta el punto de traslucirse todos sus huesos; traía una vieja sotana ceñida a la cintura por un orillo de que pendía un rosario, y escapábanse de su gran becoquín largos mechones blancos.