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La tempestad ya estaba lejos... los árboles continuaban chorreando el agua de las nubes, pero el cielo empezaba a llenarse de azul. Por decir algo, don Víctor dijo: Verá usted como esto repite a la noche.... Por allá abajo viene otro mal semblante... mire usted por entre aquellas ramas.... Vamos a bajar antes que vuelva el agua advirtió De Pas, que hubiera querido estar cinco estados bajo tierra.

Ni doña Paula ni Teresa olvidaban jamás estos pormenores. Ellas eran las encargadas de oír la campana del coro, de apuntar las misas, de cuanto se refería a los asuntos del rito. De Pas cumplía con estos deberes rutinarios, pero necesitaba que se los recordasen. ¡Tenía tantas cosas en la cabeza!

Mire agregó, allá van las falúas a buscar la oficialidad, y las balleneras para desembarcar la tropa. ¡Bomba! ¡Pas! Ese es el Córdoba que hace salvas. Y, en efecto, una repentina nube blanca envolvió los costados del barco y el eco del cañonazo se dilató retumbando sordamente por los espacios.

El Magistral vio aparecer por una esquina de la calle un bulto que se acercaba con paso vacilante, y que caminaba ya por la acera, ya por el arroyo. Era don Santos Barinaga, que volvía a su casa, tres puertas más arriba de la del Magistral, en la acera de enfrente . De Pas no le conoció hasta que le vio debajo de su balcón.

Era el de la habitación en que había muerto la hija de los Marqueses. El Magistral recordaba haber estado allí, de rodillas, con un hacha de cera en la mano, mientras le daban a la pobre joven el Señor. Hacía mucho tiempo. Aquel balcón se abrió de repente. De Pas vio una figura de mujer que se apretaba a las rejas de hierro y se inclinaba sobre la barandilla, como si fuera a arrojarse a la calle.

Eso quería ella, que el Magistral mandase, dispusiera de ella y de sus actos. Ana volvió hacia De Pas, que estaba cerca del balcón y le sonrió como poco antes en la catedral. Aquella sonrisa pedía perdón y bendecía. Don Fermín estaba pálido, le temblaba la voz. Estaba más delgado que por el verano. En esto pensaba Anita. ¡Estoy tan cansado! dijo él y suspiró con mucha tristeza.

Su júbilo se hizo ardiente como un delirio. Y en las estrofas finales del poema, todo su corazón acompañaba el arranque de fidelidad apasionada que hace exclamar a la joven, cuando su amado intenta volver solitario a la tumba: "Non! je t'ai donné ma foi virginale, Pour me suivre aussi, ne mourrais tu pas? Non! je veux dormir ma nuit nuptiale, Blanche,

Arma poderosa para combatirla fue la ardiente caridad con que la Regenta se consagró a defender y consolar a De Pas cuando sus enemigos desataron contra él los huracanes de la injuria, que Ana creía de todo en todo calumniosa. La idea de sacrificarse por salvar a aquel hombre a quien debía la redención de su espíritu, se apoderó de la devota.

Ver muchas leguas de tierra, columbrar el mar lejano, contemplar a sus pies los pueblos como si fueran juguetes, imaginarse a los hombres como infusorios, ver pasar un águila o un milano, según los parajes, debajo de sus ojos, enseñándole el dorso dorado por el sol, mirar las nubes desde arriba, eran intensos placeres de su espíritu altanero, que De Pas se procuraba siempre que podía.

Tiene razón el muchacho se quedó pensando el Obispo que trataba al Magistral como un padre débil a un hijo mimado . Esa Paula nos maneja a todos como muñecos. Y continuó corrigiendo la Pastoral. De Pas tomó por el callejón arriba, desandando el camino; pero al llegar cerca de su casa se detuvo. No sabía qué hacer.