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Y el capellán lidió con ellos a brazo partido, sin tregua, tres o cuatro horas todas las mañanas. Primero limpió, sacudió, planchó sirviéndose de la palma de la mano, pegó papelitos de cigarro a fin de juntar los pedazos rotos de alguna escritura. Parecíale estar desempolvando, encolando y poniendo en orden la misma casa de Ulloa, que iba a salir de sus manos hecha una plata.

En dichos papelitos estaban inscritos los nombres de los capitanes pasados y cabezas reformados, ó sean aquellos individuos que teniendo todas sus cuentas corrientes han pertenecido diez años al municipio. En la banga de la izquierda estaban los nombres de todos los cabezas que en aquel entonces formaban la principalía.

Luego repartía entre todos los amigos unos papelitos impresos o memorias con oraciones, donde se pedía al Supremo Hacedor con palabras encarecidas y melosas que por tal o cual mérito que resplandeció en su sagrada pasión perdonase al conde de T * o a la baronesa de M * el pecado de soberbia o de avaricia, etc.

Cuando quería ver por dónde andaba tal o cual columna, hacia dónde estaba situado este o aquel pueblo, le descolgaban el cartón del mapa y le daban una cajita con las banderitas que el pobre señor se hizo, por vía de entretenimiento, con alfileres y papelitos de colores: las había blancas para los carlistas y moradas para el ejército, por decir don José que este era el color de las antiguas libertades castellanas.

Pagué mi escote de ese modo. También pagó usted en moneda de plomo. ¡Los moritos que dejó usted caer!... La verdad es que podrías alistarte en los rifles-women, Eva. ¡Cómo debes de despreciar nuestras cacerías de papelitos! Al contrario; prefiero esa caza a cualquiera otra.

La sala está en lo de delante del velador, y tiene en medio una mesa, con el pie hecho de un carretel de hilo, y lo de arriba de una concha de nácar, con una jarra mexicana en medio, de las que traen los muñecos aguadores de México: y alrededor unos papelitos doblados, que son los libros.

Pero siempre «papelitos cantan». Aquí no tenemos nada de eso, felizmente. Nos limitamos a decir: «apellido conocido», «gente bien», «buena familia». Estos títulos que acaso sean los mejores, los verdaderamente meritorios constituyen nuestra alta clase social. Yo no explicar mejor el fenómeno: pero creo que lo dicho basta como esbozo de nuestro gran mundo.

Un pequeño altar ostentaba mil figuras de bulto y realce, alternando con estampas que sin duda habían pertenecido a libros, y en la delantera algunos pares de candelabros de plata antigua, sostenían velas de picada y filigranada cera, adornadas con papelitos, festones y otros primores de tijera.

El tendero murciano conoció la tontería que había hecho, pero conoció igualmente que tenía fácil enmienda, y explicó al de la carátula que los papelitos que allí escribiese y firmase ningún valor tendrían, porque habían de ir, para que valiesen, en hojas dispuestas de cierto modo y arrancadas de un librejo que él se había dejado en casa. Nada le valió con todo para apaciguar al de la carátula.

Al siguiente día, Barbarita, que no quería dar su brazo a torcer, llevaba unos papelitos muy raros de pasta, todos llenos de garabatos chinescos.