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Imitó el peinado de su general, con la raya de la frente á la nuca, mechones en las sienes alisados hacia adelante y bigotes unidos con las patillas, á la rusa.

Calzaba abarcas de tres tarugos sobre escarpines de paño pardo, y por debajo del hongo deformado con que cubría la abultada cabeza, caían largos mechones de pelo áspero y entrerrubio, casi el color de su cara sanota y agradable, cuyo defecto único era la mandíbula inferior más saliente que la otra, como la de nuestros Príncipes de la casa de Austria.

Bien decía doña Lupe que así como el primogénito se llevara todos los talentos de la familia, Nicolás se había adjudicado todos los pelos de ella. Se afeitaba hoy, y mañana tenía toda la cara negra. Recién afeitado, sus mandíbulas eran de color pizarra. El vello le crecía en las manos y brazos como la yerba en un fértil campo, y por las orejas y narices le asomaban espesos mechones.

Toda la fuerza de su vida se había concentrado en la cabeza, enorme, de nobles líneas, sonrosada en la cúspide, entre los blancos mechones echados atrás. Su cara pálida tenía esa transparencia de cera de una vejez sana y vigorosa, a la que añadían nueva majestad las barbas plateadas, brillantes, luminosas como las que el arte da siempre al Todopoderoso.

Agitábase ya Lucía en su asiento, y echando abajo el chal escocés e incorporándose, se frotaba asombrada los ojos con los nudillos, a la manera de las criaturas soñolientas. Tenía revuelto y aplastado el pelo, y muy encendido el lado del rostro sobre que reposara; una trenza suelta le descendía por el hombro, y, destrenzándose por la punta, ondeaba en tres mechones.

Bajo la frente que asomaba como un triángulo de fina blancura entre los mechones del cabello lacio, los hermosos ojos verdes de Raquel brillaban de indignación. Y en el tono de sus palabras había un deseo doloroso de hacerle sentir la maldad de su acción. Pero Adriana miró a Raquel con una sonrisa dulce y como sorprendida. No vale la pena de pelear por un presumido como Castilla.

Fernanda no vaciló un instante. Lo vio y lo conoció tan claramente que pudo hasta advertir las señales que el tiempo y los cuidados habían impreso en su semblante. Le pareció más viejo; creyó ver en su luenga barba rubia algunos mechones plateados. Al mismo tiempo en sus ojos, posados un instante sobre ella, adivinó el sufrimiento, el hastío, algo triste, que le impresionó alegremente.

Este, de pie, con su barba plateada y levemente ondulosa como la de los ermitaños de tragedia, con su calva central guarnecida de abundantes mechones canos, con su alta estatura, un tanto encorvada ya, se le figuraba la ancianidad clásica, adornada de sus atributos, coronando la cima de los tiempos. Y el patriarca, a su vez, creía ver en aquella buena moza el viviente símbolo del pueblo joven.

El mediquillo vestía pantalón muy ajustado y combinaba sabiamente los cuernos que entonces se llevaban sobre la frente con los mechones que los toreros echan sobre las sienes. Su peinado parecía una peluca de marquetería. Se llamaba Joaquín Orgaz y se timaba con todas las niñas casaderas de la población, lo cual quiere decir que las miraba con insistencia y tenía el gusto de ser mirado por ellas.

Todo el mundo la miraba con sorpresa, sin adivinar su propósito. Los mechones del pelo lacio se le habían pegado, con las lágrimas, sobre las sienes; la tristeza y la indignación se pintaban juntas en su semblante enrojecido. Pudo al fin hablar. ¿Y , con esta tranquilidad, vas a casarte? Adriana comprendió al punto su intención.