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Pero pide lo que le deben... Pero no se puede hacer nada.... ¿Quieres que yo me ponga de punta con el obispillo de levita? Eso no. Lo pagaríamos en el Lábaro que él inspira y que ahora te trata bien. A propósito de periódicos; ayer venía en «La Caridad» de Madrid, una correspondencia de Vetusta, y, mucho me engaño, o en ella andaba la mano de Glocester. ¿Qué decía?

El tiro va contra el Provisor manifestó un lampiño, de la policía secreta de Glocester. Así pues, se convino que se rezaría y se rezó. Requiescat in pace, decía Parcerisa, que rezaba delante, con voz solemne, al terminar cada oración. Y contestaban los de la fila, que llevaban hachas encendidas: Requiescat in pace. Ni el latín ni la cera le gustaban a don Pompeyo, pero había que transigir.

No estamos tal insistió Glocester, que no quería en presencia de don Fermín sostener su tesis de la escasa religiosidad de la Regenta. Tuvo habilidad para llevar la disputa al terreno filosófico, y de allí al teológico, que fue como echarle agua al fuego. Aquellas venerables dignidades profesaban a la sagrada ciencia un respeto singular, que consistía en no querer hablar nunca de cosas altas.

Quedaron solos el enfermo y el confesor. De Pas se acordó de su madre, de los Jesuitas, de Barinaga, de Glocester, de Mesía, de Foja, del Obispo, y aunque con repugnancia se decidió a sacar todo el partido posible de aquella conversión que se le venía a las manos. En un solo día ¡cuánta felicidad!

Los deberes sociales replicó Glocester tranquilo, con almíbar en las palabras, pausadas y subrayadas los deberes sociales, con permiso de usted, son respetabilísimos, pero quiere Dios, consiente su infinita bondad que estén siempre en armonía con los deberes religiosos.... ¡Absurdo! exclamó Ripamilán dando un salto. ¡Absurdo! dijo el Deán, cerrando de un bofetón la caja de nácar.

Glocester se sintió eclipsado de tal modo, que hasta creyó tener frío, como si de pronto se hubiera escondido el sol.

Quedaban en el gabinete la Marquesa, el Magistral y Glocester. Hubo un momento de silencio. El Arcediano se dio un minuto de prórroga para ver si el otro se despedía también.

«¡Qué indecenciapensó, sintiendo el despecho atravesado en la garganta. Y sin saber que parodiaba a Glocester, añadió: «¡Se la quieren echar en los brazos! ¡Esa Marquesa es una Celestina de afición!». «¡Y venían cantando!».

«Si todos fueran como yo, Glocester no sabría qué hacer de su habilidad y disimulo. ¡Ay de los zorros, si las gallinas no fuesen gallinas!». Glocester salía siempre por la puerta del claustro, abierta al extremo Norte del crucero; por allí llegaba antes a su casa: pero esta vez quiso salir por la puerta de la torre, porque así pasaba junto a la capilla del Magistral. Miró; no había nadie.

«Pues bien decía Glocester allí no se habla por hablar, ni lo primero que viene a la boca; allí no basta abrasarse en fuego divino; es necesario algo más, so pena de ofender la ilustración de aquellos señores. Se habla a jurisconsultos, a hombres de ciencia, señor mío, y hay que tentarse la ropa antes de subir a la cátedra sagrada.