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Se había puesto el joven de pie y se despedía, pero el filósofo, intranquilo, le retuvo, diciendo que iba a acompañarle... Iré detrás, si no quieres que vaya al lado... Estás muy pesado, Agapo... No, solo no te dejo; repito que me das miedo. Vas a hacerme perder la paciencia. ¡Solo no; no te dejo!

Fernanda, que sintió perfectamente toda la hiel de aquel discurso, respondió fríamente, y después de pocas palabras más se volvió al salón. A D. Pedro le había molestado el tufillo de elegancia y distinción que despedía la hija de Estrada-Rosa. Le irritaba que alguien se alzase en torno suyo, siquiera fuese solamente algunas pulgadas.

Al ver que las dos mujeres, después de atizarse un par de tintas, miraban burlonas al ciego y a Benina, esta tuvo miedo y quiso retirarse. «Dir no, Amri. Quedar migo le dijo el ciego cogiéndola de un brazo. Temo que armen bronca estas indinas... Acá vienen ya». Aproximáronse las tales, y pudo la Benina ver y examinar a su gusto el rostro de Pedra, de una hermosura desapacible y que despedía.

Oyó que don Álvaro se despedía con una voz temblona y muy humilde. ¿Irá usted al teatro? No, de fijo no contestó la Regenta, cerrando detrás de la puerta y entrando en el patio. A las ocho en punto, la berlina de la Marquesa venía arrancando chispas por las mal empedradas calles de la Encimada; llegaba a la Plaza Nueva y se detenía delante del caserón arrinconado.

La reja cerrá. Y entretanto, el cortijo de Matanzuela anda desgobernao, aunque mardita la falta que hago yo con esto de la huelga. Nunca estoy allí: el pobre Zarandilla se lo carga too; si lo supiera el amo, me despedía. Sólo tengo ojos y oídos para celar a tu hermana y que no hay noviazgo, que no quiere a nadie.

En la factoría les esperaba el agente. El Dragón entraba en el río despacio, navegando sólo con las velas triangulares del foque y alguna del palo de proa. Al meternos en el río preparábamos las cuatro anclas. Al mismo tiempo yo me dedicaba a sondar. Llenaba el agujero de la gruesa bala de sebo, le daba vueltas en el aire como una honda y la despedía lo más lejos posible.

Muchas veces, este representante, con el cual mi madre había por fin conseguido hablar, era un hombre brutal y grosero, que se negaba a oír los lamentos de una mujer desolada o la despedía con amenazas, culpándola de pretender enternecer a los encargados de administrar justicia.

Sin saber por qué se despedía así antes de que llegaran las otras; y le miró, no ya con la gracia de sus ojos un poco atónitos, sino con una súbita expresión seria, dulcemente seria.

La necesidad de distraerse le hizo rebuscar en el bolsillo interior de su americana, sacando junto con la cartera un sobrecito que despedía suave e intenso perfume.

Y, cambiando de rumbo, se ponía a contar aventuras chistosas y pasos divertidos que desarrugaban el rostro de la niña y concluían por hacerla reír a carcajadas. Poco a poco la cesta se iba vaciando y pasando su contenido al armario, que despedía siempre su olor punzante y un poco agrio de lencería lavada.