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Tenéis razón; yo no veo en el mundo, alrededor mío, aturdiéndome siempre con su charla insoportable, dándome náuseas con su vanidad estúpida, repugnándome con sus vergonzosos vicios, más que miserables divididos en dos mitades: los comidos y los que comen; tenéis razón, yo no tengo alma ni corazón ni más que indiferencia, ó hastío ó mala intención, para el mundo; pero yo, en medio de ese mundo, tengo un pequeño mundo mío, que me consuela del otro, por el que lucho, por el que vivo, para el que tengo alma, corazón, amor, lágrimas; el uno, el primero de esos cuatro seres, es el duque de Osuna, alma grande, noble y generosa, cuyo pensamiento comprende el mío, cuyo corazón no late sino por lo grande, por lo verdaderamente grande, y que tan grande es, que los que no le comprenden le llaman extravagante; el duque y yo nos fuimos aproximando el uno al otro insensiblemente, porque debíamos estrechar la distancia que nos separaba; nos unimos al fin, porque era necesario que nos uniéramos, y al cabo nos confundimos de tal modo, que el duque se reflejó en , y yo me reflejo en el duque; que yo sin Osuna sería un filósofo arrinconado, y Osuna sin un águila sin alas.

Hallábase Mariano a la sazón a punto de consumar su sabiduría en aritmética parda; se le había desarrollado ya el genio de los cálculos, el furor de la adquisitividad, y las facultades obscuras de la adaptación, del disimulo y de la doblez. Después de aquella noche en que le dejamos arrinconado en el banco del recibimiento, asistió de nuevo con puntualidad al taller. Trabajaba por hipocresía.

Nada dejaba en paz, ni humano ni divino. Se sabía de memoria todos los nombres venerables del almanaque, únicamente por el gusto de faltarles, y así que se enfadaba con sus bestias y levantaba el látigo, no quedaba santo, por arrinconado que estuviese en alguna de las casillas del mes, al que no profanase con las más sucias expresiones. En fin, ¡un horror!

Si el islamismo, como nacionalidad y Estado, quedaba al espirar el siglo XIII arrinconado en Granada como en su último refugio, acosado por las victorias de las tres grandes monarquías castellana, aragonesa y portuguesa; como reliquia y fermento duraba en todas las poblaciones reconquistadas.

¿De qué te ríes, ciruelo? exclamó el buen anciano, echando fuego por los ojos. ¿Te figuras, por ventura, que tu tío es un trasto arrinconado que no puede empuñar un sable o una pistola?... ¡Oh, demonio! ¡Oh, diablo! añadió cada vez más irritado, gesticulando como un loco por la habitación.

Cuando los tristes presentimientos del jardinero comenzaron a cumplirse y Mendizábal decretó la desamortización, el señor Esteban creyó morir de rabia. El cardenal Inguanzo procedió mejor que él. Arrinconado en su palacio por los liberales, como su antecesor lo había sido por los absolutistas, tomó el partido de morirse, para no presenciar tantos atentados contra la fortuna sagrada de la iglesia.

Se burlan de él hasta en los periódicos; hasta los impíos alaban a los misioneros, para rebajar la influencia del Magistral; la moda y la calumnia le han arrinconado, y yo como el vulgo miserable, me pongo a gritar también, ¡crucifícale, crucifícale!... ¿Y el sacrificio que había prometido? ¿Aquel gran sacrificio que yo andaba buscando para pagar lo que debo a ese hombre?...».

¡A descansar! ¡á descansar! ¿Conque sabéis al fin que es el duque de Lerma? ¿Conque os habéis arreglado? Todos se arreglan menos yo. Vamos, amigo mío, que es ya tarde. ¡Que es ya tarde! dijo Montiño siguiendo á doña Ana que se encaminaba á unas escaleras ; decídmelo á mi, que he estado dos horas arrinconado en el pasadizo, y temblando, más encogido que un orejón.

Servíalo Adela, una muchacha remilgada y no mal parecida, que imitaba a sus señoritas en el peinado, afectando un aire de aristócrata caída en la desgracia. Don Juan, a fuer de mirar el servicio, que era de porcelana antigua, y compararlo con otro más rico arrinconado en su casa, acabó por fijarse en la criadita.

Acompañado del joven que solía pasear con él, salió del Colegio Imperial, tomó por la calle de los Estudios, y entrando en la de las Maldonadas, detuvo sus pasos en la puerta de un llamado establecimiento, cuyo nombre más propio fuera tenducho. Miró adentro, no vio a nadie, volvió a mirar, llamando, y al conjuro de la voz, moviose un enorme tinajón de hacer buñuelos que arrinconado estaba.