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Ahora era Argensola el que despedía á su compañero cuando deseaba verse solo. «Creo que la yanqui va á venir», decía con indiferencia. Y el grande hombre huía, valiéndose muchas veces de la escalera de servicio. En esta época empezó á desarrollarse el suceso más importante de su existencia. La familia Desnoyers iba á unirse con la del senador Lacour.

Todos sus divanes de damasco floreado estaban ocupados por señoras ricamente ataviadas, con los brazos y el pecho al aire. La araña de cristal que colgaba en el centro despedía hermosos cambiantes de luz que iban a caer sobre su tersa piel produciendo visos nacarados. Los espejos reflejaban de uno y otro lado aquellos pechos hasta el infinito.

Aquel día no hubo en la cocina cacharro que no funcionara. Después de freír la cebolla y de machacar el ajo y de picar el menudillo, cuando ninguna cosa importante quedaba olvidada, lavose la pecadora las manos y se fue a peinar, poniendo más cuidado en ello que otros días. Pasó el tiempo; la cocina despedía múltiples y confundidos olores. ¡Dios, con la faena que en ella había!

En la una, su tío el Canónigo se despedía de ella para el otro mundo y le daba mil consejos de mucha substancia, amén de un legadillo para que ambos huérfanos prosiguieran la empresa de reclamar su filiación y herencia, si ya no estaban en posesión de ambas cosas. La otra carta anunciaba la muerte del santo varón.

Enlutábanse con cortinados negros la sala y cuadra, alumbrándolas con un fanal o guardabrisa cubierta por un tul que escasamente dejaba adivinar la luz, o bien encendían una palomilla de aceite que despedía algo como amago de claridad, pero que realmente no servía sino para hacer más terrorífica la lobreguez.

Nada me importa de lo que diga o haga: conozco su profunda afección y lo quiero en razón de sus nobles sentimientos. Estaba muy conmovido, hace poco, cuando se despedía... Yo sería, pues, una ingrata si mis relaciones de hoy, pudieran hacérmelo olvidar.

Era demasiado trabajo para un hombre solo. ¡Si al menos tuviera un hijo!... Buscando ayuda, tomaba criados, que le robaban trabajando poco, y finalmente los despedía, al sorprenderles durmiendo dentro del establo en las horas de sol.

Lo llevó á los labios con trasporte y lo tuvo largo espacio sobre ellos. La carta despedía un perfume suave y delicado. El joven lo aspiró con delicia cerrando los ojos. Tornó á guardar la carta y siguió andando á la ventura. Empezó á soñar despierto. Ofrecióle su imaginación inmediatamente un cuadro risueño y venturoso. La condesa le amaba.

Esta observación es, á nuestro juicio, verdadera; pero si el drama popular, como fuego pronto á apagarse, despedía siempre más tenues resplandores, ¿no había de extinguirse por completo con el estrépito de las armas, y bajo la atmósfera de una civilización extraña? Preciso es también tener en cuenta otra razón de mucho peso para decidir este problema.

Y con sencilla amenidad, como si construyese y juntase versos, emparejaba cifras, haciendo resaltar la manera absurda con que la nación se despedía de un siglo de revoluciones, durante el cual todos los pueblos habían conseguido más que el nuestro. En el mantenimiento de la casa real se gastaba más que en enseñanza pública.