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Actualizado: 6 de julio de 2025


Su traje era sencillo, de viaje, pero tan original el corte y con tal lujo y esmero en los pormenores, que se echaba de ver inmediatamente la elevada calidad de la persona. Despedía de ella un perfume suave que vino a herir su nariz así que puso el pie en el cuarto.

Cruzaban el zaguán de la casita, entraban en el jardín y se dirigían al cenador cubierto de viña virgen, que el pilón resguardaba. Hallábase el pilón vacío, y el tubo de bronce del surtidor no despedía ni gota de agua. Pero Pilar sabía de antemano la hora del singular fenómeno, y calculaba con exactitud.

Cuando mi padre volvía, y contaba á mi madre los peligros que había arrostrado, mi madre le escuchaba sonriendo; cuando mi padre se despedía para una nueva campaña, le abrazaba sonriendo también; cuando nos quedábamos solas, mi madre se me mostraba alegre, tranquila. No quería ennegrecer mi alma de niña con su tristeza.

Finalmente despues de una conversacion no ménos grata que instructiva, llevó su huésped á los dos caminantes á un aposento, dando gracias al cielo que le habia enviado dos hombres tan sabios y virtuosos. Brindóles con dinero de un modo ingenuo y noble que no podia disgustar: rehusóle el ermitaño, y le dixo que se despedia de él, porque hacia ánimo de partirse para Babilonia ántes del amanecer.

El duelo se despidió sin ceremonia; a latigazos lo despedía el viento con disciplinas de agua helada. Don Pompeyo Guimarán salió del cementerio el último. «Era su deber». Había cerrado la noche. Se detuvo solo, completamente solo, en lo alto de la cuesta. «A su espalda, a veinte pasos tenía la tapia fúnebre.

También Santa Isabel, cuando oraba en la iglesia, depositaba la corona ducal al pie del altar. Volvió a la misma actitud humilde, y Genoveva, viendo que no podía pasar por otro camino, empezó a macerar sin duelo las carnes de su piadosa ama. El quinqué despedía luz tibia y difusa, que bañaba el pequeño gabinete de una claridad discreta.

Pensando de este modo, había llegado a la casa de su querida, y en el momento de poner la mano en el llamador, un hecho extraño cortó bruscamente el hilo de sus ideas. Antes de que llamara, se abrió la puerta, dando paso a un señor mayor, de muy buena presencia, el cual salió, saludando a Santa Cruz con una cortés inclinación de cabeza. La misma Fortunata le había abierto la puerta y le despedía.

¡Así le despedía, fríamente, como a un amigo importuno! ¡Y aquella mujer era la misma de Sevilla!... ¡Y le convidaba a almorzar con su amigo, para que éste se recrease examinándolo de cerca como un bicho raro!... ¡Maldita sea! El era muy hombre... Se acabó. No volvería a verla. En aquellos días recibió Gallardo varias cartas de don José y de Carmen.

Al aproximarse la Semana Santa, el capitán Chivo no podía soportar su alejamiento de Sevilla, y se despedía de las hijas con un gesto de padre intransigente y severo. Niñas: me voy. A ve si son güenas ustés. Que haiga formaliá y desensia... La compañía me espera. ¿Qué diría si fartase su capitán?...

La Sanguijuelera, echando la cabeza fuera de la puerta, la despedía con una carcajada que produjo siniestros ecos de hilaridad en toda la calle.

Palabra del Dia

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