United States or Saint Martin ? Vote for the TOP Country of the Week !


Las noticias referentes á sus hijos no resultaban menos gloriosas. El mayor era el sabio de la familia. Se dedicaba á la filología y las ciencias históricas; pero su vista resultaba cada vez más deficiente, á causa de las continuas lecturas. Pronto sería doctor, y antes de los treinta años Herr Professor.

Este ser repugnante y abyecto, llamado Grass, dedicaba las horas en que no medita o ejecuta alguna acción vergonzosa, a llevar los libros de comercio en dos camiserías de la calle del Príncipe. De aquí que pretendiese eclipsar a todos los demás por el brillo y la forma de su cuello a la marinera y por el esplendor de la corbata de raso azul con lunares blancos.

Mi padre clasificaba a todas las personas que veía según ciertos rasgos de la fisonomía, y aseguraba: «ése es noble», «ése es vil», e inmediatamente se dedicaba a imaginar la biografía del desconocido, con los conflictos dramáticos que le habían sucedido o que le habían de suceder.

Siendo todas las divinidades en su origen, como usted sabe muy bien decía Moreno metiéndole la boca por el oído a su amigo, individuos humanos que han demostrado alguna superioridad y han hecho algún beneficio, sería curioso saber quién era esa mujer que está ahí en el altar antes de ser divinidad y a qué se dedicaba.

Había conocido también al primer cardenal de Borbón, don Luis II, y contaba la vida novelesca de este infante. Hermano del rey Carlos III, la costumbre que dedicaba a la Iglesia a los ilustres segundones le había hecho cardenal a la edad de nueve años.

Era después que el señor Tomás desistió de buscar a su hijo entre el número de los vivos y se dedicaba al examen de las necrópolis y a inspeccionar cuidadosamente las frías lápidas de los cementerios.

Al alzarse, vio a Nucha también en pie, el índice sobre los labios. Perucho, que ayudaba a misa con desembarazo notable, se dedicaba a apagar los cirios, valiéndose de una luenga caña. La mirada de la señorita decía elocuentemente: «Que se vaya ese niño». El capellán ordenó al acólito que despejase. Tardó éste algo en obedecer, deteniéndose en doblar la toalla del lavatorio.

Hay que aclarar esto de los escrúpulos de conciencia del insigne portugués: con ello ha querido decirse, que no era capaz de cometer un robo en despoblado, ni de llevar a cabo, ostensiblemente, acción alguna de las que pena el código; pero realizaba sin ambages negocitos de doble fondo y a tan delicada y lucrativa faena dedicaba todo su tiempo, toda su inteligencia y todas sus uñas.

Entonces se dedicaba, como sus amigos decían, «a la gramática», esto es, a pedir aquí y allí un pitillo para calmar el insufrible prurito de chupar. ¡Pobre Marín! Lo que doña Brígida no pudo jamás, fué hacerle acostarse a una hora regular. Tantos años de trasnochar hasta las cuatro o las cinco de la mañana, habían formado un hábito imposible de vencer.

Durante unos días, su mente, absorta por entero por aquel duelo cruel, aunque previsto, no estuvo dominada más que por el recuerdo de la anciana infantil a la que dedicaba una ternura filial y maternal al mismo tiempo.