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Algunas madres había que no pasaban por esto; pero eran las ridículas, así como los maridos que seguían conducta análoga. Algún canónigo solía dar mayores garantías de moralidad con su presencia, aunque es cierto que no era esto frecuente, ni el canónigo paraba allí mucho tiempo. El clero catedral prefería visitar a la Marquesa de día. A los escrupulosos se les llamaba hipócritas y adelante.

He aquí lo sucedido: Una joven marquesa de Saint-Point, a la que se creyó muerta a causa de un prolongado desvanecimiento, acababa de ser enterrada en una fosa abierta en la bóveda de la sepultura; ya la piedra que debía cerrarse bajo los pies del sacerdote estaba colocada sobre el sepulcro.

Amaranta y de su tía, lo cual érame sumamente fácil, por haber visto los sobrescritos de las cartas que traíamos para aquellas personas. Las doce serían cuando llegué a la calle de la Espartería, donde era la residencia de la tía de Amaranta. En lo sucesivo, y para evitar confusiones, ya que no puedo nombrarla con su verdadero nombre, usaré el título convencional de marquesa de Leiva.

Entonces la marquesa pareció sentir menos admiración por la vida de aventuras, confesando al fin que prefería su existencia en París. Pero me hubiera gustado añadió con voz melancólica que el hombre que fuese mi esposo viviera así, conquistando una riqueza enorme.

En lo demás, el mayordomo, fuera de las canas que habían acabado de blanquearle la cabeza, y cierto sello de contrariedad mal disimulada que se pintaba en su fisonomía, era el hombre de siempre, hasta con la misma ropa. La señora marquesa dijo con voz segura, pero mansa y reverentemente, cuando se le autorizó para hablar está servida en el encargo que se dignó encomendarme antes de ayer.

Pero el Plumitas no se fijaba en la «señora marquesa». Toda su atención era para el espada, queriendo manifestarle su agradecimiento por haberle recibido a su mesa y desvanecer el mal efecto que parecían causarle sus palabras.

Al abuelo, que estaba chocho con su nietecilla, le llevaba el diablo con estas cosas: apostrofaba a la hija por su frialdad, y predicaba al yerno por su injustificable indiferencia; pero el uno y la otra se encogían de hombros por toda respuesta, y no revivía el extinguido fuego de amor a la hija, que había chisporroteado un instante después del primer besó de la madre. ¿Quién sabe el rumbo que hubiera tomado el astro de los destinos de la niña sin los prosaicos inconvenientes en que fundaba la marquesa su nuevo alejamiento de ella, y el acontecimiento que sobrevino poco después?

La duda que le mortificaba era esta: «¿Y él? ¿estaba convidado De Pas?». No lo sabía, y no quería marcharse sin averiguarlo. Como pasaba el tiempo, y ya gabinete y salón quedaban poco a poco despejados, el Magistral creyó que debía irse. Se acercó a la Marquesa, pero no tuvo valor para despedirse y le habló de cualquier cosa.

Varias veces había llegado él en ocasión de estar la madre y la hija en el oratorio; porque hasta oratorio tenía la casa de la marquesa de Montálvez... ¡Ah!, si las personas mal informadas, si su aprensiva madre pudieran ver lo que él iba viendo tan despacio y tan desapasionadamente, ¡qué diversos serían sus juicios sobre aquel delicado particular!

¡No dormirá más, no! prosiguió la marquesa sin hacer caso de la interrupción . Yo me encargaré de envenenar su sueño, de tener abiertos sus ojos hasta que apunte la aurora.