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La vieja jardinera le proporcionaba labores, y el ruido del pespunte sonaba en la antigua habitación, mezclándose muchas veces con las melodías del armónium del maestro de capilla. El Vara de palo pasaba por su casa como una sombra. Permanecía en la catedral o en el claustro bajo, no subiendo a su habitación más que en casos de necesidad.

Aunque estudiaba Derecho solo para tener un título académico, gozaba no obstante fama de aplicado y como dialéctico á la manera escolástica no tenía nada que envidiar á los más furibundos ergotistas del claustro Universitario.

Esta mañana me dio esta carta para usted. ¿Comprende usted ahora por qué no me atrevía a ir a su casa? Yo estaba aterrado, y apenas pude leer una carta que me dio el padre Ambrosio, y que contenía estas palabras: «Convento de.... Perdone usted si por misma he tomado tan grave resolución. Yo no podía permanecer más en el mundo, y usted se opone formalmente a que yo entre en el claustro.

La de menor edad era destinada al claustro, y mientras acariciaba D.ª María la grandiosa idea de ponerla en las Huelgas de Burgos, se acordó que tomara las lecciones necesarias para ser doctora, por lo cual el ayo de su hermano había empezado a enseñarle la primera declinación latina, que aprendió en un periquete, encontrando aquello muy bonito.

De vez en cuando se hablaba en el claustro alto de la salud de Su Eminencia. Sus graves disgustos en el cabildo le obligaban a guardar cama. Hasta había tenido un ataque que hacía temer por su vida. Es cosa del corazón afirmaba el Tato, que estaba bien enterado de los asuntos de palacio . Doña Visita Hora como una Magdalena, y maldice a los canónigos viendo a don Sebastián tan malucho.

En 1708, con motivo de la nueva obra que se hizo en la Iglesia de San Pedro, fueron trasladados al claustro inmediato que tiene la parroquia y que servía de cementerio, y allí se colocaron los dos juntos, puestos en pie, en un armario metido en la pared, donde recibían las visitas de casi todos los forasteros estrangeros o nacionales, que aun cuando solo se detengan pocas horas en Teruel, rara vez dejan de acudir a satisfacer su curiosidad.

A más de un escritor debia bastar su oficio, como basta su claustro al monje. ¿Qué son algunos escritores, sino monjes de otro convento, frailes de otra religion? ¡Ay! no está en esto lo penoso de la órden, sino en que son monjes sin claustro.

La otra tarde le decía en el claustro a un capellán de la capilla de los Reyes: «Esos capitancitos profesores de la Academia creen que en punto a mujeres se comen lo mejor de Toledo; pero donde está la Iglesia, ¡boca abajo los seglares...!»

Se abrió una puerta más allá del arco del Arzobispo, la de la escalera que conducía a la torre y las habitaciones del claustro alto, ocupadas por los empleados del templo. Un hombre atravesó la calle agitando un gran manojo de llaves, y rodeado de la clientela madrugadora comenzó a abrir la puerta del claustro bajo, estrecha y ojival como una saetera.

Extraños y en gran manera interesantes le parecían todos aquellos variados incidentes de su jornada. Las pocas horas pasadas desde que abandonó el apacible claustro le habían procurado más emociones que un año de vida en Belmonte. Se le hacía increíble que el fresco pan que iba comiendo con placer fuese reciensalido de los hornos de la abadía.