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Bien, pues si no parece, hay que seguir la pista a ese cojo. Buena seña tiene para que la policía pronto con él... Vamos, no te apures tanto, hombre, que el niño no se ha muerto, y si Dios quiere parecerá.

Porque se veía obligado a estarlo contestó Hales, con un movimiento misterioso de cabeza. Existían razones para que él no asomase a la luz su rostro. Yo mismo me quedo asombrado de ver cómo se ha atrevido ahora a mostrarse. ¡Qué! grité ansiosamente, ¿acaso lo necesita la policía?

Un día el propio marido señala a la policía el muro donde se halla el esqueleto de su cónyuge. El hombre no podía aguantar por más tiempo su propio secreto. La variedad de los secretos es infinita. Y los que más cuesta guardar son aquellos de carácter pintoresco, aquellos cuya revelación sabemos que ha de regocijar a quienes los trasmitimos.

Me dijeron que me había comprometido la noche anterior en la taberna. Yo, la verdad, no recordaba nada. Después comprendí, viendo cómo a otros los cazaban, lo que hicieron conmigo. A unos les emborrachaban sencillamente; a otros les solían dar opio y los llevaban a los barcos de noche, por delante de la policía, como marineros borrachos.

¿Policía secreta ó ladrones? se preguntó Camaroncocido é inmediatamente se encogió de hombros; y á ¿qué me importa? El farol de un coche que venía alumbró al pasar un grupo de cuatro ó cinco de estos individuos hablando con uno que parecía militar. ¡Policía secreta! ¡será un nuevo cuerpo! murmuró. E hizo su gesto de indiferencia.

Nunca los agentes de la policía en el extranjero habían trabajado con tanta rapidez y éxito. Una buena suerte misteriosa y omnipotente los empujaba en sus pesquisas.

Este es un despotismo paternal que no se atreve á mayores castigos. La policía del príncipe le hace atravesar media calle y lo pone en la acera francesa... No se ría usted: esta pena es cruel.

¡Pero si hay más, Butrón, si hay más!... ¡Si es infame! prosiguió Currita muy animada . A la una me entregó anoche el buey Apis la carta... A las diez llega hoy, de repente, la policía a registrarme mis papeles... ¡Negocio redondo que buscaba el gran canalla!... ¡Coger de nuevo la carta y quedarse con mi dinero!... Pero ¿la han cogido? exclamó Butrón consternado.

Cerró tras la puerta, y a la luz de dos velas de cera se desnudó, y al descalzarse ¡oh desgracia indigna de tal persona! se le soltaron, no suspiros, ni otra cosa, que desacreditasen la limpieza de su policía, sino hasta dos docenas de puntos de una media, que quedó hecha celosía.

Yo creí que a estas horas D. Felicísimo y su comunidad estaban echando perjuraciones en la cárcel de Corte. Vino la policía, señor; vinieron tres y llamaron tan fuerte que la casa estuvo si cae o no cae. Los señores se asustaron, y D. Felicísimo les consolaba diciendo: «no hay nada que temer, la policía es la policía.