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Entre ellos no se cambia un solo vocablo, aunque el fogón esté apagado y nunca llegue la hora de poner la mesa. Y es que los sin ventura están resignados a no comer, mejor dicho, han perdido la saludable costumbre de comer. Estas vidas están sepultadas en el «in pace» de todas las renunciaciones.

El primogénito se aleja hablando solo, y atraviesa la siembra por cobrar el caballo que pace allá en el fondo arrastrando el rendaje. Monta, y al galope desaparece. El Caballero, ceñudo y sombrío, sigue su peregrinación entre la hueste mendicante que renueva, las voces de su planto cuando ve las torres de Flavia-Longa.

Después volverá á entrar en su calabozo. Es un escapado que fué cogido y le han condenado á dos años de célula. No ve ni habla á nadie y vive en un nicho de tres metros de largo y uno de ancho. ¡Un in pace! murmuró con horror Tragomer. Esta es la suerte que aguarda á los desgraciados que traten de escaparse... ¡Ah! milord, si no se les tratase con dureza no habría medio de entenderse...

Por lo demás, la crueldad humana había cambiado de objetivos y de formas, casi sin merma apreciable. Los mismos hospitales eran, por la suciedad, lugares de tormento y pudrideros humanos, como los presidios y los in pace. Las leyes y las costumbres eran igualmente bárbaras, pero en otro sentido.

Fernando creyó morir entre la alfombra y los muelles del diván incrustados en su espalda. El calor era sofocante en este encierro, lejos del ventilador y de la brisa que entraba por el tragaluz. Apenas quedó acoplado en tal in pace, sintió que le dolían todas las articulaciones y que su pecho se aplastaba contra el entarimado como si fuese a romperse.

Además, piensa que es muy doloroso morir a tu edad, y estarse pudriendo tierra tontamente, mientras los otros ríen y bailan sobre tu sepultura... ¿Sabes lo que sucederá después que te dés el tiro? te llamarán malogrado por los diarios, y requiescat in pace; a los dos días nadie se acuerda del santo de tu nombre: no olvides el refrancito: el muerto al hoyo, y el vivo al bollo; sólo papá y tiíta Silda te llorarán hasta la consumación de los siglos y esto será el único resultado de tu suicidio; bien triste, ¿no es cierto? ¿Y no te parece, hijito, que aquí hace mucho frío, que el suelo está muy húmedo, y que, ahí, encima de la maleza, se debe estar muy incómodo? ¿y no temes que la mano te tiemble, en el momento de disparar, y vayas a herirte malamente, y en lugar de volver muerto a casita, te lleven herido, para sufrir dolores y apósitos y visitas de médico? créeme y fíjate bien en lo que voy a decirte: tu falta, a los ojos de la moral, siempre pudibunda, es grave, naturalmente, no tiene vuelta de hoja, pero, tal como andan hoy las cosas en nuestro país, es una chiquillada, una gracia, que más que la censura, despertará la risa, con esta frase por todo comentario: ¡Qué diablo de muchacho! este Varguitas es muy vivo... No tiene más que hacer, pues, que ponerte bajo la égida de un fantasmón de la política, un Eneene cualquiera, y verás cómo esa falta, que a ti te parece tan deshonrosa, sirve maravillosamente para tu carrera, y recorres de un salto la escala, mientras los que se emperran en hacer el desairado papel de honrados, vegetan en los últimos tramos... ¿Qué no? ¿no te convenzo? ¿eres honrado, también? ¿tienes delicadeza? ¿tienes vergüenza? pues, hijo, pégate el tiro, porque, francamente, no sirves para nada... pero, ¡cuidado no tiembles!... ¿Y Susana? ¿qué me dices de Susana? ¿has visto porteña, más deliciosa? y la dejas, para que se la lleve otro: comprendes que, siendo como es, no quedará para vestir imágenes, y aunque constante y santa, por añadidura, no va a guardarte duelo toda la vida; fíate y no corras: las santas son de carne y hueso, por más que digan, y cuando la carne habla, no valen disciplinas, hijo... Ahí tienes: Susana hubiera sido tuya, a la larga; no lo dudes.

Yérguese sobre una gran mole de granito, y se empina y vuelve á empinarse indefinidamente, cual una Babel titánicamente amontonada, roca sobre roca, siglo tras siglo, empero constantemente calabozo sobre calabozo. Abajo, el in pace de los frailes; más arriba, la jaula de hierro levantada por Luis XI; subiendo siempre, la de Luis XIV; á mayor elevación, la cárcel actual.

El caballo pace la yerba lozana y olorosa que crece en el rocío de la tapia. El Caballero vuelve a montar y emprende el camino de su casa. Don Juan Manuel Montenegro, llama con grandes voces ante el portón de su casa. Ladran los perros atados en el huerto, bajo la parra.

Al rededor del arco principal se léen estas dos inscripciones en hermoso carácter gótico: «Dias dos del mes de marzo de la era del César de mil et quatrocientos et quince años, reinante el muy alto et poderoso D. Enrique, rey de Castilla.» «Visita quæsumus Domine habitationem istam et omnes insidias enemici ab ea longe repelle, et angeli tui habitantes in ea nos in pace custodiant et benedictio tuaLas hojas de esta puerta, obra de la misma época, aunque posteriormente restauradas, estan chapadas de láminas de bronce primorosamente trabajado, formando artesoncillos relevados de figura exágona irregular que componen una ingeniosa labor.

La plaza de armas, donde está el arco de la Paz, es colosalmente grande: no dejó de chocarme en el acto que lo , el castillo y las fortificaciones vecinos del arco de la Pace: al pié del arco, que es magnífico, y sobre el cual se levantan ocho enormes caballos de bronce formando una alegoría dedicada á Napoleon, se tiende el camino del Simplon.